12/09/2017
 Actualizado a 14/09/2019
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Cada vez que oímos hablar del 1º de octubre nos viene a la memoria la enciclopedia que estudiábamos en nuestra infancia, que lo consideraba como una fecha significativa por eso de que fue el día en que Franco asumió en Burgos la jefatura del Estado, en 1936. Ahora eso ya está olvidado, pero en 2017 esta fecha es un motivo de seria preocupación por la incertidumbre de lo que pueda ocurrir ese día por el deseo de algunos dirigentes catalanes de instaurar un nuevo régimen. Ciertamente Cataluña no se va a convertir en una república, porque eso no es tan fácil. Aunque los independentistas traten de justificar repetidamente que sus deseos se fundamentan en el derecho de autodeterminación, Cataluña no reúne ninguna de las condiciones mínimas que se requieren para acogerse a este derecho. No hay, pues, otro camino jurídico que acatar la Constitución Española y seguir las directrices que ella misma indica para poder ser reformada.

Ahora bien, dado que los secesionistas no aceptan la Carta Magna, mucho nos tememos que recurran al pataleo o, lo que es mucho peor, al inaceptable recurso a la violencia. Saldrán a la calle y armarán el consiguiente jaleo, cuyas consecuencias son imprevisibles. Si se les deja hacer lo que les dé la gana, mal. Y si se les reprime van a sentirse como víctimas. Ojalá no ocurra nada, pero se podría liar parda, sobre todo si se meten de por medio los violentos de oficio.

Entendemos que haya quien sueñe con la independencia e incluso que surjan movimientos revolucionarios por parte de gente que no ostenta cargos públicos. Lo triste es que personas que ocupan altos cargos en Cataluña en virtud del ordenamiento jurídico español tengan el atrevimiento de atentar contra las mismas leyes que legitiman sus cargos. No deja de ser una traición unida a una gran dosis de cinismo y chulería.

Resulta penoso que desde hace meses Cataluña se haya convertido en el gran problema, como si los problemas reales de los españoles, incluidos los catalanes, no importaran nada. Parece mentira que el famoso ‘seny’ catalán se haya hecho añicos. Ojalá resucitara Tarradellas para poner un poco de orden. Es muy triste comprobar que el actual presidente de Cataluña se está poniendo a la misma altura de Maduro, del gordito de Corea del Norte y de tantos otros que se ríen de la democracia. Con sus esperpentos jurídicos no van a conseguir la independencia, sino más bien descalificarse a sí mismos, pero la división que han creado en la sociedad y en las propias familias es una herida difícil de curar.
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