Eficiencia energética y autoconsumo

Por Valentín Carrera

15/10/2018
 Actualizado a 18/09/2019
Una de las fotografías de la isla.
Una de las fotografías de la isla.
En el artículo anterior quedamos al pie del faro de Orchilla, una noche terrible y oscura, contemplando cómo una frágil dorna de vela de trapo se alejaba de la costa llevando a bordo quién sabe si diez o veinte herreños, rumbo a las Américas, escapando del hambre. Un siglo después, la vida es por primera vez amable en la isla de El Hierro, donde a la doble insularidad (región ultraperiférica de la UE y periférica del archipiélago canario) se une la cuna forjada en lava de un territorio hostil, tierras de Malpaís, dunas que fueron movedizas y han petrificado formas fantasmales, grutas imposibles, grietas por las que se adivinan las tripas del volcán y, en los días claros, se cuelan los rayos de sol de las antípodas.

La vida es amable en El Hierro principalmente, en mi breve pero feliz experiencia, porque las poblaciones, la isla, la economía, el vecindario… todo está hecho, diseñado quizás, a escala humana. La escala cercana y transpirable, piel con piel, que vivieron generaciones de abuelos y abuelas, de pronto rota en las grandes urbes de diez o veinte millones de almas, por llamar de algún modo a los habitantes de los hormigueros humanos. Sin ánimo de ser profeta, esta masificación —tipo Marbella, Torremolinos, Tenerife, Ibiza—, nunca será posible en El Hierro, y eso salva a todos los herreños, nativos y adoptivos, atrapados para siempre en los baños de las Calcosas y en los atardeceres de La Maceta.

Por no hablar del Tanajara Baboso, un vino digno de la mesa de Palacio, a pesar de su nombre. Nos quedamos observando cómo un siglo después de las grandes emigraciones y hambrunas, El Hierro contempla un futuro con energía 100% limpia y sostenible, gracias —por ahora parcialmente— a la Central Hidro Eólica de Gorona del Viento, que suministra ya en torno al 70% de la energía que se consume en la isla. Es solo el primer paso. El proyecto de sostenibilidad que impulsa el Cabildo Insular —presidido por Belén Allende, de la Agrupación Herreña Independiente— es ambicioso, global, conocedor de que no se puede ser sostenible a medias, o un poquito limpio, o renovable a ratos. Una planta, una empresa, un vehículo son, o no son, limpios, renovables y sostenibles las 24 horas del día, 365 días al año.

Comencemos por el Plan de Movilidad Sostenible [extenso y detallado documento, más de 300 páginas, descargable en la web del Cabildo]. De poco vale a El Hierro producir energía limpia si los coches que circulan por la isla siguen consumiendo diésel y gasolina refinada. El vicepresidente Juan Pedro Sánchez me cuenta cómo el Cabildo ha puesto en marcha en 2018 su propio plan Renove: una ayuda de 7.000€ a fondo perdido por cada nuevo coche eléctrico. El parque automovilístico de El Hierro es pequeño (solo hay dos gasolineras en toda la isla), pero denso, casi un coche por habitante: 8.645 vehículos censados, de los que son 4.600 turismos y unos 3.000 furgonetas y camiones. Como el resto de la isla —a diferencia de Tokio, por ejemplo—, la escala es abarcable.

«En cuanto mejoren las prestaciones, la autonomía y el precio, el vehículo eléctrico es perfecto para nuestra isla: aquí las carreteras salvan grandes desniveles, necesitamos un modelo que consuma poco subiendo y recupere la carga bajando las cuestas». Para animar a los concesionarios, la isla dispone ya de siete electrolineras, y en pocos años —el plan habla del 2024— todo el parque móvil debería ser eléctrico. En dirección contraria al famoso «impuesto al sol» —esa escoria del capitalismo salvaje, impuesta por el Gobierno de Rajoy y felizmente suprimida por el Gobierno Sánchez—, otra línea de actuación del Cabildo es el autoconsumo en viviendas, granjas, invernaderos o bodegas. En algunas cooperativas ya hay paneles solares para alumbrado, ordeño y frío, cuya instalación subvenciona el Cabildo hasta un 75% de la inversión.

La eficiencia energética, de la que se habla poco, es otro caballo de batalla: muchos conductores recordarán la crisis internacional del petróleo, cuando Rubalcaba nos convenció para circular a 110 km/h, y en pocos días cambió todas las señales de limitación a 120. El ahorro fue inmediato y nunca entendí por qué el país volvió a los 120; o sí, entendimos que convenía a las petroleras mucho consumo, y a fin de cuentas, Rubalcaba pasa y Repsol permanece. Se habla poco de eficiencia energética —por ejemplo, en el aislamiento térmico de los edificios, empezando por los públicos: escuelas, hospitales, cuarteles, juzgados, polideportivos…—, porque al sistema le interesa derrochar. En El Hierro van a contrapelo: se trata de ahorrar. Cuanta menos energía malgastemos, menos habrá que producir, de modo que el Cabildo ha regalado tres bombillas led a cada niño de la isla: 3.600 bombillas, con un ahorro de 50W cada una, instaladas de golpe bajaron el consumo de modo inmediato. Son algo más que gestos: son acciones. Por no hablar de la baja contaminación lumínica de la Isla, tan acogedora y tan distinta de los despilfarros turísticos tipo Marina D´Or: ya les he dicho que esta isla es un paraíso.

La apuesta por el transporte público o colectivo también es muy apropiada para el tamaño y la estructura de la isla: la suma de todas estas acciones combinadas y complementarias crean las condiciones para una economía sostenible 100% a largo plazo. Ese es el reto de El Hierro, cuyo modelo debería ser exportado, por ejemplo a mi ciudad, Ponferrada, donde hay más farolas que ciudadanos por metro cuadrado. Ahí lo dejo. ¡Arriba las ramas!
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