Edward, Hong Kong y The Unblinking Eye

En el mercado de los pájaros de la ciudad de Hong Kong, Jean Louis y Marie se reúnen con Edward para hablar del ojo que no parpadea

Rubén G. Robles
28/08/2020
 Actualizado a 28/08/2020
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Capítulo XVII
Hong Kong
República Popular China

Una lluvia fuerte y repentina sacudió las calles del barrio de Saint Eustache. En breves minutos desaparecieron las nubes y el sol volvió a brillar. Bajó al portal, el taxi que le iba a llevar al aeropuerto estaba esperándole. El profesor llevaba una chaqueta oscura, unos pantalones claros de tela y una camisa de color azul.

Cuando bajó del taxi a la puerta de la terminal Marie volvió a aparecer, amigable y risueña. Le cogió del brazo como quien recoge a un amigo, sin besos, sin palabras, con una mirada de aprobación mientras se dirigían los dos en dirección a las puertas que les llevarían a la zona de embarque y al avión.
-¿Te apetece un café? Tendrás cosas que contarme.
-No muchas, Marie.

Se hizo un silencio confortable para los dos.
-Me gustaría volver a verte cuando todo esto acabe –dijo él.
-¿Cuando todo esto… acabe?
-Sí.
-Creo que no has valorado lo que significa pertenecer a la Organización y el hecho de que vayas a trabajar en ella y quizás dirigirla.
-No entiendo, ¿…?
-¿No has leído los últimos correos…?

La cara de asombro, como de no saber muy bien de qué le estaban hablando dejó claro a Marie que no sabía a qué se estaba refiriendo.
-Lo siento, a cada uno de nosotros le corresponde entregarte una parte del relato.

Marie se puso a ojear unas revistas de historia del arte de uno de los duty free.
-Yo también quiero estar a tu lado cuando todo esto acabe.

Jean Louis se acercó a Marie para besarla.
-Pero ten en cuenta que esto no se termina aquí -le dijo Marie.
-¿Qué quieres decir?
-Tendrás que abandonar la Universidad y dedicarte a escribir.
-¿Escribir?
-Hermann te lo dirá.
-Quiero que me lo digas tú–dijo Jean Louis.
-Tendrás que escribir para ejercer el dominio narrativo, quizás.

Siguieron por el pasillo y embarcaron en el avión. El vuelo transcurrió sin turbulencias. El avión aterrizó en el Chep Lap Kok Airport. El viento soplaba con intensidad, una fuerza terrible que parecía fuera a arrancar los cristales de la Terminal 2 del aeropuerto de la isla china.
-Estaremos en el Hong Kong Sky City Marriott –dijo Marie al coger las maletas.
-¿Cuándo tenemos la entrevista con Edward? –preguntó Jean Louis.
-Mañana al mediodía.
-¿Y se sabe dónde será? –insistió el profesor en conocer más detalles.
-Sí, en el Yuen Po Street Bird Garden.
-¿El mercado de los pájaros?
-¿Lo conoces?

Él asintió
-Estaremos bien en el mercado de los pájaros, el ruido allí es ensordecedor.
-Entiendo.

Jean Louis asentía con la cabeza. El mercado de los pájaros era el mejor lugar para que nadie les pudiera escuchar.
-Hay un ojo que no descansa, un unblinking eye , y nuestro objetivo es desenfocar el ojo que todo lo ve, el ojo que no parpadea.
-¿Cómo?
-Las Universidades Estadounidenses denominan Unblinking Eye al ojo tecnológico, el ojo que sostiene toda la maquinaria de control de las personas, el ojo que no descansa y que facilita la toma de decisiones y el ejercicio del poder.

Cogieron un taxi y llegaron al hotel, subieron las maletas, se refrescaron bajo la ducha  e hicieron el amor con la misma pasión que al llegar a la India. Durmieron durante una hora, habían volado durante once horas sin escalas. La lluvia comenzó a golpear con fuerza los cristales. Entonces se despertaron con el ruido.
-¿Qué hora es?
-La hora de dormir –y se estiró sensual con los restos de perfume y fragancia corporal.
-Tengo ganas de irme por ahí -dijo mientras se colocaba encima del profesor.
-Y yo de que te quedes aquí.

Se encontraban rodeados de las vistas de los pequeños islotes que rodeaban el edificio. A unos cuatrocientos metros, aparecía uno de los aeropuertos más lujosos y exclusivos del mundo, su arquitectura moderna, alargando sus cubiertas, la estructura acristalada, por encima de las carreteras y sus accesos. Se oía a las aves buscar refugio en la terraza de la habitación. El viento agitaba la estructura, pero los materiales ofrecían una enorme resistencia a la lluvia del monzón.
-Mejor que nos traigan algo de comer a la cama.

Marie no le estaba escuchando, se frotaba con furia sobre Jean Louis. Ella se entregaba a él con los ojos cerrados, llena de entusiasmo. Se libró de las ataduras de la sábana y alzó los brazos, arqueándose hacia atrás, mientras seguía moviéndose. Él sujetó con furia a su amante por las caderas, animándola a que continuara de manera frenética con aquellos movimientos  de mujer atlética.

Marie comenzó a disfrutar de otra dulzura, acariciada por los movimientos de él, que continuó con menos fuerza, el rozamiento líquido de su estómago con el triángulo púbico de Marie, en forma de semiesfera, el pelo recortado, con una suavidad que al pasar los dedos era de lana, las rodillas algo débiles, húmeda la cara interior de los muslos, los labios enrojecidos del calor.

Sin pensar que se había terminado todo, sino que debía continuar aún más, Marie recuperó la respiración, un ritmo lleno de suspiros alargados, como que hablara el agua del mar a la arena de la playa. Ella iba llegando poco a poco desde la isla en la que se escondía del mundo, pues perdía las nociones básicas de corporeidad cuando disfrutaba de una sesión de sexo como aquella que le robaba del mundo y le proporcionaba una paz como de extraordinaria iluminación.
-¿Podrías repetirlo? -preguntó Marie, acariciándose la parte inferior de la nuca, cubriéndose el rostro con un pelo que parecía hecho de sedas. Su melena bajaba hasta los hombros, a media espalda y al moverla despedía con naturalidad un aroma jugoso, una delicada fragancia fresca y frutal.
-Una cosa así solo ocurre una vez en la vida.

Jean Louis sonrió y la volvió a besar.

Durmieron toda la noche. Estaban agotados, demasiado agotados para importarles la hora que era. Llamaron a recepción y pidieron que subieran un desayuno.
-Tenemos que irnos en media hora, Jean Louis, si no salimos de aquí en treinta minutos no llegaremos. El mercado de los pájaros está a unos 30 km del hotel.

Se dieron un agua y se vistieron. Jean Louis se puso un pantalón negro de tela, una chaqueta, una camisa blanca y zapatos elegantes de piel. Marie se puso traje de chaqueta, zapatos para ir cómoda, demasiado elegante para decir que iba casual, demasiado informal para decir que iba de etiqueta. Desayunaron aquellos bocadillitos calientes, minúsculas golosinas de carne y pescado con algo de lechuga y otras confituras de huerta.

Pidieron un taxi y salieron del hotel. Tomaron la Cheuntung Road. Aquella carretera unía la isla del aeropuerto con la ciudad. Después tomaron la North Langtau Highway que les llevó al túnel de Tcheung Tsing. Atravesaron el mercado de las flores y llegaron a las puertas del mercado de los pájaros. Yuen Po Street Bird Garden era una especie de fortaleza, de ciudad prohibida, rodeada de un muro decorado con paneles donde aparecían pinturas de aves gigantescas, coloreadas con fantasía. Subieron las escaleras que daban acceso a aquella especie de parque. Pronto vieron los primeros pasillos de las tiendas de aves. Las jaulas estaban colgadas en enjambre, como lámparas hechas de bóvedas de alambre con forma de panel. Había cientos de ellas en cada pasillo. El estruendo era espantoso, no se oía nada. Entendía ahora por qué habían elegido aquel parque.
-Y ¿cómo vamos a encontrarles?
-Tranquilo les encontraremos –le dijo Marie.

El ruido iba creciendo de manera ensordecedora. Fuera del recinto apenas era audible aquella tormenta de sonidos, sin embargo, al atravesar sus puertas, el mercado de aves chillonas y musicales junto al cricrí de insectos bullentes y vibrantes con los que alimentarlas, se había convertido en una locura musical, agitada y asonante. Además, el colorido, ¿era posible, pensaba Jean Louis, que existieran tantos matices, tantos detalles, en tan diminutas criaturas, tanta riqueza de colores en unos organismos vivos de unas dimensiones tan reducidas?

En medio de aquella atmósfera sutil y ligera, hecha de aire, apareció un grupo de hombres. Uno de ellos llevaba un sombrero, un Fedora, gafas de sol, bermudas, camisa blanca y sandalias.

Marie se acercó a Jean Louis.
-Son ellos, sigámosles –dijo al profesor.
-De acuerdo.

Se abrió el parque y apareció una naturaleza de plantas abundantes y exóticas. Los árboles gruesos impedían la llegada al suelo del sol, aquellas sombras invitaban al aventurero, en viaje hacia los misterios de la selva, a la ensoñación.

Al final de aquel túnel verdeante, apareció una cafetería. El grupo de Edward ralentizó la marcha. Cuando llegaron a la altura de las mesas dos de ellos se sentaron juntos y el tercero ocupó otra mesa, un poco alejado. En el medio quedó Edward. En su mesa había dos sillas. Marie se agarró del brazo de su amante y le susurró al oído.
-Yo me quedaré fuera. Solo tú hablarás con él, ¿de acuerdo?
-Entendido.
-Él está aquí porque va a desvelarte cómo se ejerce el dominio narrativo en nuestra sociedad.

Jean Louis se sentó en la mesa de Edward, en la silla que tenía más cerca. Pasaron unos segundos y ninguno de aquellos hombres dijo nada. Estuvieron en silencio, aunque no se sintieron incómodos. Se alargó el instante.

Jean Louis iba a empezar a hablar de la tormenta del día anterior. Pero no hizo falta.
-Mi nombre es Edward -dijo el hombre del sombrero con las gafas de sol.

Jean Louis se le quedó mirando sin decir nada.
-Espero que no haya traido ningún dispositivo electrónico.
-Nada –dijo Jean Louis, había sido una de las pocas condiciones para poderse entrevistar.
-Vivimos en un mundo donde no es posible la intimidad porque hay un Unblinking Eye, un ojo que no parpadea, un ojo que siempre está dispuesto a vigilar. Se trata de un mundo en el que a pesar del exceso de información no es posible el conocimiento, donde la tecnología es la nueva religión por prometernos una vida mejor y donde en realidad, el futuro  que nos promete esa tecnología nos hará vivir peor.
-¿Existe la posibilidad de que lo que me cuenta y lo que le cuenta al mundo sea algo fabricado? Me refiero a las escuchas masivas.
-Existen esas capacidades. Existen para saber todo lo que se dice y poder analizarlo de manera automática, existen las herramientas que le permiten a un estado rentabilizar el resultado de su seguimiento y no solo eso. La capacidad para el almacenamiento masivo de datos es ilimitada. Y con ella se diseñarán mundos ideales al alcance únicamente de aquellos que los puedan pagar. Pero también podrán provocar el caos, la caída de un régimen, el triunfo de un dictador. Mi país sabe tomar la temperatura de un grupo de personas que está utilizando las redes.
-Sorprendente.
-El estado sabe conducir a un grupo de individuos hacia una acción determinada y sus dirigentes siempre saben lo que tienen que decir, saben hacer buen uso de cada palabra y el discurso que tienen que elaborar. Gracias a las nuevas tecnologías podemos alterar el modo en que las personas leen los hechos, la realidad. Se puede diseñar continuamente la línea de pensamiento de los ciudadanos, escribir su editorial.

Jean Louis no dijo nada.


En la entrega de mañana Edward propondrá a Jean Louis la escritura de un libro que invite a reflexionar sobre la idea de relato fabricado del mundo.
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