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Educación músico-sentimental

10/12/2021
 Actualizado a 10/12/2021
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Que en el radiocasete de mi abuelo se escuchara Julio Iglesias, «Hey, no vayas presumiendo por ahí, soy un truhán soy un señor», y después Raffaella Carrà, «en el amor todo es empezar»; mi abuelo al volante con la música a cuestas, del camión de la fábrica al Mercedes azul cielo, y cuatro o cinco nietos apretujados allí, sus manazas moviendo el volante y saltándose los stops; y mi madre en plan sentimental ponía a Víctor Manuel (en su etapa asturiana, por supuesto, no os vayáis a creer), que tenía lágrimas en la voz porque el abuelo fue picador, y canciones leonesas de la coral isidoriana grabadas en los años 70 y María Dolores Pradera, vamos amarraditos los dos, en el Seat 131 Supermirafiori amarillo de papá, ese en el que se derramó la leche: traía la leche que le compraba a una paisana de Soto de la Vega que tenía vacas ratinas, que luego las tuvo que quitar cuando entramos en la UE, a quitar las vacas y a arrancar las viñas, y eso, la traía en una garrafa de plástico en el asiento del copiloto y una vez, como el conducía a 120 km por las carreteras secundarias, se derramó la garrafa y no os podéis imaginar un hedor más apestoso que la leche cortada, así que entre los Ducados que fumaba y la leche, solo poner el pie en el Supermirafiori amarillo nos entraban ganas de vomitar, y vomitábamos, claro, y bueno, esa fue nuestra educación músico-sentimental, ¿cómo íbamos a salir?, bastante bien salimos, y las clases de piano, las escalas y los estudios de Czerny y las sonatinas rigurosas de Mozart y las fugas matemáticas de Bach; además, con las revistas semanales que compraba mi padre, ‘Cambio 16’, ‘Tiempo’, esas con las portadas con composiciones tipográficas horrendas, fotos rasgadas y letras rojas, sangrientas, regalaban unos vinilos con viejas canciones de la guerra civil, así que ‘Puente de los franceses’, y los villancicos gitanos y cuando pinchábamos el ‘Lago de los cines’ en el tocadiscos y nos poníamos unos tutús y bailábamos los tres hermanos por todo el salón esquivando las esquinas de mármol de una mesa que todos nos habíamos clavado en algún sitio (yo por eso en mi casa no tengo mesita baja en el salón, aún guardo cicatrices en las piernas de aquella mesa asesina), todo este batiburrillo me viene a la cabeza al escuchar la canción ‘Julio Iglesias’ de Rigoberta Bandini, que me encanta y se la pongo a Pequeño Zar a todas horas a ver si lo educo músico-sentimentalmente.
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