Echarse arriba

Saturnino Alonso
25/04/2015
 Actualizado a 02/09/2019
Se levantó aquella mañana, se puso la boina negra de los domingos, le entró la ventolera y decidió ‘echarse arriba’ como los rebecos; como cuando, pasada la invernía, se espantan las cabras para la peña.

Esa misma tarde cogió el coche de línea y se metió en Peñalba del Acebal, entre aquellas montañas circulares como besos.

Después de cenar la cazuela de patatas arregladas, ¡que ya le tenía ganas!, salió a echar la meada contra la pared, y el cielo estaba ya de panza de burro. Y esa misma noche, ¡zas!, ¡la nevadona!, como si Dios se hubiera puesto a esquilar el inmenso rebaño de las estrellas.

El pueblo se quedó en silencio, lo mismo que una hogaza en el hondón de la masera. Y sólo se oía el runio individual de cada conciencia.

Cuando comenzó a terreñar y se pudo salir a mirar el sucedido, alguien vio abierto los cuarterones de aquellas ventanas. Entró a ver, y allí estaba el Ventoleras, tieso como un carámbano, frente a la lumbre de la chimenea que era ya sólo ceniza.

El entierro no fue del todo triste: al fin y al cabo el tío Ventoleras se había ‘echado arriba’ para cerrar los ojos en el mismo sitio donde hacia noventa años los había abierto a la vida.

¡Ganas tenia el tío Ventoleras de quedar trasnevado para la eternidad!

¡Descanse en paz¡
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