Dulce miel

La miel es, cada vez más, un producto muy dulce y no solo desde el punto de vista organoléptico, sí no que es un producto dulce para el empleo y el desarrollo agroalimentario y/o ganadero –que vaya usted a saber– de territorios y paisanajes. Estos días se ha celebrado en León el primero de los certámenes para elegir la mejor miel hispanolusa con marchamo ecológico. Es un paso más desde aquel primero que se dio hace ya algunos años por parte de la Universidad de León (a través de la Oficina Verde) y la consultora/productora Urzapa, con su alma mater a la cabeza, el amigo Urbano, incansable e incombustible, quienes pusieran en marcha con un concurso provincial, que ahora alcanza el nivel de certamen internacional. Recuerdo como uno de los primeros ganadores contaba como sus ventas a través de su página web se habían incrementado en más de un 15% y todo ello derivado de dar cuenta del premio recibido. Hay galardones qué al ser otorgados de manera totalmente independiente, dotan de un sello de calidad a quien los obtienes, como es este caso. Enhorabuena a quien en esta ocasión ha obtenido esta distinción (Bosques del Torío de la zona de Vegacervera) y un deseo de largo recorrido para este certamen que ha comenzado su andadura.

En las antípodas de la modernidad habría que colocar, como siempre, a las trasnochadas propuestas de volver a las prácticas ya viejas en la baja Edad Media, cuanto más ahora, de evangelizar territorios a través de grupos de misioneros que quieren enseñar a los habitantes de esos territorios lejanos como encontrar el camino de la salvación, su camino, el de los evangelizadores, sin importarles si ellos ya transitan por otro camino de salvación, el suyo, o bien si incluso están contentos de no tener que transitar por ninguno de esos caminos, más allá –en el sentido literal y o en el figurado– del camino de polvo y piedras que les ha tocado vivir y transitar. Necesitarían, en todo caso, más pan y menos hostias consagradas, que ni dan calor ni quitan hambre.