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Duelos y quebrantos

27/01/2021
 Actualizado a 27/01/2021
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Duelos y quebrantos era parte de la dieta en la mesa de Don Quijote. Se ha especulado mucho sobre la naturaleza de estos alimentos, pero sin resultado cierto. Posiblemente fuera algo tan habitual, que no hiciera falta ni explicar, como las sopas de ajo en el Páramo.

El que tiene hambre –se dice– con pan sueña. No con callos o asadurilla. Acaso con tocino, que era una fuente barata de calorías. Pero el pan es y ha sido el alimento por antonomasia. Aunque hoy, como todo se desvirtúa –por estupidez o frivolidad– habría que hablar de ‘panes’. Sin sal o sin azúcar; con salvado, de pita, de maíz o centeno. De todo y sin todo menos la harina y pan de toda la vida, cuando era: ‘Al pan pan y al vino vino’. Pero si quieres saber de su importancia, visita su museo en Mayorga de Campos, en los confines de León.

Su abundancia, históricamente, ha sido distintivo de prosperidad. Hizo posible la civilización egipcia y la del Imperio Romano, así como la prosperidad de Hispania, considerada ‘el granero de Roma’. Siendo Roma no sólo la Ciudad Eterna, sino todo el imperio. El buen estado de la economía romana hizo posible el florecimiento de las letras, las artes y el ocio. El slogan ‘panem et circenses’ se convirtió en un reclamo turístico, y llegaron las primeras afortunadas familias. A los recién llegados, además de pan y circo, se les atribuían casa, escuela, sanidad, pensión y ‘papeles’ que los convertían en ‘cives romanus’.

Un dicho latino dice: ‘Nihil novus sub solem’ –nada nuevo bajo el sol– y la historia, como decía León Felipe, siempre es la misma. Lo cual es absolutamente cierto. Tanto en el siglo IV, como en el XXI.

Un hecho anecdótico ha sido el de las fuertes nevadas. Siempre las ha habido y siempre las habrá. Pero en la actualidad el problema no es la nieve, sino el tráfico rodado y la imperiosa necesidad de la gente de moverse por cualquier motivo.

Pero, a lo que iba. Con el ‘efecto llamada’ este asombroso poderío, pronto se difundió y empezaron a llegar multitudes desde la Europa septentrional, húmeda y sombría. La llegada de los bárbaros –extranjeros, sin matiz peyorativo entonces– se incrementó hasta el punto de que pronto se convirtieron en hordas que colonizaron los territorios latinos. A ello se añadía que los antiguos y heroicos legionarios ya no querían morir en la guerra y, los veteranos, cultivaban las tierras ganadas como premio a su valentía en la batalla.

Las legiones se formaron con germanos y pueblos del Este. Con el tiempo, alcanzaron las más altas magistraturas e incluso llegaron a ostentar el título de Imperator. Con el devenir de los tiempos, Hispania se hizo visigoda, cristiana –después de arriana– y depositaria del derecho romano, adoptado por Alarico I, en la Lex Romana Visigotorum.

Y, de lo demás, ya se sabe... El Conde Don Julián, Don Rodrigo, etc. Cuando la historia se desvirtúa –como ahora pasa con la figura del Cid– el Romancero te refresca la memoria y la fantasía. Algo muy conveniente para estos tiempos de más duelos que quebrantos.
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