06/11/2019
 Actualizado a 06/11/2019
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Ante una desgracia, como la pérdida de un ser querido, lo más socorrido es decir «que el tiempo todo lo cura». Un tópico que es como no decir nada.

Pero, el lenguaje común, es de largo recorrido, y suele acabar en ámbitos más elevados. Tópicos de los que abusan los políticos y deportistas, y recogen los medios, como lo de «llevarse el gato al agua», y no para que beba.

Lo del tiempo como terapia, no es solo que se diga, es que ha creado escuela en la política. Con esta premisa se mantuvo Mariano Rajoy durante dos legislaturas. No por mérito propio, sino dejando que corrieran las manecillas. No es cosa nueva. Los primeros economistas del liberalismo, ya en el siglo XVIII, recomendaban «laissez faire, laissez passer». Y como la cosa que funcionó, algunos políticos adoptaron la misma fórmula. Los que no gobiernan, lo harán y los otros ya lo hacen. El propio Pedro Sánchez, al que de momento no debemos nada, y de cuyos propósitos poco sabemos, basó su programa en la cortina de Franco.

Que, cincuenta y cinco años después, no puede ocultar la ruina que nos espera. Siguiendo con el dictador, recuerdo lo de «los demonios familiares» que se han despertado sedientos. Incluso de sangre, como instiga Torras soñando con Eslovenia, cuya independencia dejó decenas de muertos. Pero, a estos demonios no les ha bastado lo que, durante décadas, han recibido del Estado español y sucesivos gobiernos mediocres, en forma de comunicaciones, industria, banca, guardias de corps, e incluso olimpíadas; en el caso de Barcelona. Mas, una vez abierto el melón, otras comunidades se sienten tentadas. Galicia se tilda de comunidad histórica; a Andalucía algunos le llaman Al Andalus; también están los ‘paisos valenciás o balears’.

De modo que, como aquel tahúr que se marcha de la timba, cuando gana, abandonan el casino. Comparándonos con Francia, España comparte un País Vasco y una Cataluña –que no tienen ni más, ni menos, competencias que el resto del Estado Francés–. Con el añadido de Bretaña, Córcega y Alsacia. Pero la firmeza gala es desconocida para los gobernantes españoles.

Mirando para casa, a este paso de vorágine, independencia e identidades, el viejo Reino de León se queda solo. Solos no, peor. Con Valladolid y en su Junta.
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