Dostoyevsky y el Casino Conde Luna

Por José Javier Carrasco

28/06/2022
 Actualizado a 28/06/2022
| MAURICIO PEÑA
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Cuando Polina Suslova, estudiante de veinte años, nihilista, conoce a Dostoyevski en una velada en San Petersburgo, organizada para recaudar fondos destinados a camaradas que carecían de recursos, ignoraba que inspiraría al escritor el personaje de Paulina Alexandrova, la otra pasión, junto al juego, de Alexis, ese preceptor atormentado del hijo pequeño de un general devorado por las deudas. Alexis, trasunto de Dostoyevski, el protagonista de ‘El jugador’, vive un infierno que el autor ruso también padeció. En su primer viaje por Europa, en 1862, llega a Wiesbaden y decide jugar a la ruleta, sin otra motivación que satisfacer su curiosidad. Sin embargo, la suerte le favorece y gana cinco mil francos. Esa curiosidad por el juego se transformará en una dependencia que arrastrará a lo largo de nueve largos años. Tampoco el trato con Polina Suslova fue fácil. En principio, le rechaza por ser un hombre casado y desaparece. Dostoyevski, desesperado, la busca por todas partes. Pasado un tiempo, Polina regresa y le propone viajar hasta París, donde le aguardará hasta que se reúna con ella. Antes, Dostoyevski se detiene en Wiesbaden; espera lograr el dinero necesario para vivir desahogadamente con su amante. Esa parada se prolonga y la muchacha, en ese intervalo, se enamora de un español. Traicionada por su nuevo amante, acepta acompañar a Dostoyevski desde París a Alemania. Del casino de Wiesbaden pasan a Baden-Baden, donde pierden todo. El escritor, entonces, tiene que pedir prestado a Turgueniev. Con ese dinero viajan a Italia. Las cosas tampoco allí mejoran. Deciden separarse. Dostoyevski regresa a Rusia – su mujer se muere– y Polina Suslova lo hace a París. Su relación es ahora epistolar. Aún se encuentran otra vez en Wiesbaden, antes de una nueva separación. La publicación de ‘Crimen y Castigo’ supondrá la ruptura definitiva de ambos (Polina Suslova piensa que esa novela traicionaba el credo nihilista). Es el año 1866. Faltan aún cinco para que Fedor Dostoyevski se decida a dejar de jugar.

El Casino Conde Luna fue inaugurado en el año 2002, y como su nombre indica, es un edificio anexo al hotel Conde Luna. Se encuentra en el final de la calle General La Fuente, esquina con la calle de la Rúa. Trece sobrias y escuetas columnas rectangulares visten su frente y otras cuatro la puerta que da a la calle de la Rúa. Es un edificio de una sola planta al exterior, aunque quizá tenga sótano. O al menos es lo que imagino: un centelleante salón en la planta de abajo, con una ruleta como atracción central, alrededor de la que se sitúan jugadores con parecidas inquietudes y motivaciones a las descritas en ‘El jugador’. Una ruleta como la de la fotografía del prospecto desplegable editado por El Casino Conde Luna que explica su funcionamiento y que, no sé cómo, llegó a mis manos, ya que no juego ni creo haber pisado nunca ese lugar, aunque quién sabe lo que puede haber pasado en veinte años.

Como ludopatía se conoce a la dependencia del juego y su solo nombre provoca una profunda reacción de morbosidad y desasosiego. Pero existen otras muchas formas de dependencia. Se me ocurre una, la de esa pasión por acumular todo tipo de material impreso para la que aún no existe nombre, que yo sepa. Amontonar papel por el simple hecho de serlo. Y durante un tiempo yo sucumbí a esa oscura pasión, parecida a la de cualquier coleccionista. En él hice acopio del suficiente material, como ese prospecto, con el que estar entretenido aunque viviera cien años confinado. Un nuevo Alexis, aunque encadenado a cualquier papel escrito. No va más.
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