31/01/2019
 Actualizado a 19/09/2019
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La idea era dar un triple salto mortal. Comenzar hablando de cocina y, hacia la mitad, introducir algún tema de esa que llaman «rabiosa actualidad» y terminar contando de que sexo es el ángel de la guarda de un servidor. Como veis, uno intentó, en su cabeza, un ejercicio de sincretismo lingüístico no hecho, hasta ahora, por nadie que uno haya leído. Un fracaso, tú; una panzada de las que duelen. «A ver, tonto del haba, –me dije–, déjate de bobadas y cuenta algo con ese gracejo que tienes para contar chistes. Sí, no es mala idea, –me respondí–, pero el asunto es que cuando cuento chistes tampoco hago gracia a nadie». Por lo que estoy aquí, cautivo y desarmado, rindiéndome a las tropas del tiempo, «ese juez que da y quita razones», según García y con un embrollo regular de grande en la cabeza. Al final, ¡mira que soy poco original!, voy a hablaros del número dos. Siempre me ha caído bien el número dos, mayormente porque soy de números pares. Siempre que puedo vivo en una casa par, compro el número de la lotería que acaba en par y mi ilusión, no hecha, ni siquiera planteada, es hacerlo algún día con dos chicas de buena condición y mejor vista. Desde aquí hago un llamado, que dicen nuestros hermanos venezolanos, a cuantas candidatas deseen hacerme el hombre más feliz del mundo. Pero no es de ese dos del que quiero hablaros, sino del segundo, el que está a la sombra del líder, del presidente, del caudillo, del conductor de los pueblos.

Mientras que el número uno suele ser un tipo guapo, o atractivo por lo menos, simpático, carismático, bien-queda, abraza-farolas, mentiroso, sin principios, y casi sin finales, el dos, el que está a su derecha sentado en el trono del poder, suele ser todo lo contrario. Feo, (no sé si católico y sentimental también), sincero, trabajador y, sobre todo, solitario. Está solo porque tiene a pocos o a ninguno que le rían las gracias, que le alaben, que le hagan la pelota. Es, en la mayoría de los casos, el que soluciona las meteduras de pata del uno, que suelen ser legendarias; el que negocia con los otros dos lo que luego los uno presentan al público como logros vitales para que la nación sobreviva; suele ser al que llaman a las tantas de la madrugada para informarle de una desgracia, de un atentado o de una sublevación. Es, realmente, el que preside las reuniones de los que saben, el que habla con las secretarias y con los conserjes, el que toma, en definitiva, las decisiones.

Todos los que ya pintamos canas, nos acordamos de Fernando Abril, el segundo de Suárez, de Alfonso Guerra, el de González o de María Teresa Fernández, la de Zapatero. Son el arquetipo de número dos, los hermanos siameses retorcidos de los líderes, los que aguantan las críticas, los que ponen cara de huraño cuándo suben a la tribuna del Congreso. No hablo, como habéis observado, ni de Cascos, ni de Soraya, ni de Calvo, segundones, (nunca mejor expresado), de Aznar, de Rajoy y del actual presidente interino. No merece la pena, porque nunca pasaron de ser estatuas de cera o de sal que lo que mejor hacían, y hace la señora Calvo, es no decir nada. Casi mejor, porque cuando sacan la lengua a pacer es cómo para encargar una misa al patrón de los imposibles, sea quién sea.

Y en los partidos de la oposición ocurre lo mismo. El actual del Pp parece que está enfadado con el mundo, con el demonio y con la carne, todo en uno. El de Ciudadanos no tiene presencia ni ausencia, hasta tal punto que Inés Arrimadas le ha comido la merienda y es la segunda, ‘in pectore’, del partido ese. ¿Y qué decir del señorito Errejón? El pobre, la verdad, es que se confundió de partido y de líder. Él es un social demócrata de libro y no pintaba nada en Podemos. Además, la figura de Iglesias es como la de Hommer Simpson: empequeñece todo lo que esté a su lado, tal es su hambre, su voracidad. Así que el pobre Íñigo se ha tenido de ir con la música a otra parte, a la plataforma de la alcaldesa de Madrid, a ver si ahí puede medrar. Ese es su gran problema. Errejón siempre quiso ser Califa en lugar del Califa; nunca entendió el sentido, sutil y refinado, de ser el segundo. A lo largo de la historia, es cierto, ha habido muchos número dos que no se conformaron con lo que tenían, que quisieron conquistar el cielo. Han pasado a la posteridad como traidores. Y es una pena, porque la lealtad es el atributo más importante de los doses. Uno de ellos, de hecho, gracias a ser el segundo o el tercero en el escalafón y así controlar todas las batallas diarias, se hizo con el poder absoluto en Rusia. Traicionó a Lenin y a Troski, al espíritu de la revolución y se quedó sólo en el timón del poder. Errejón, por lo que se ve, no consiguió nunca el objetivo que persiguió como un poseso: cargarse a Iglesias y ser el número uno.

Salud y anarquía.
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