24/05/2022
 Actualizado a 24/05/2022
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La palabra ‘exilio’ nos hace pensar en dictaduras o regímenes totalitarios que obligan a sus ciudadanos a vivir lejos de su país. Por eso no tiene sentido que se obligue a ningún ciudadano español a vivir fuera de España. Y si se tratara de delincuentes lo normal es impedir que se vayan y, en caso de irse, pedir su extradición. Hacer una excepción con el Rey emérito, independientemente de su peor o mejor comportamiento, es atentar contra la igualdad de las personas. Tiene todo el derecho a vivir en su patria.

En el caso de Don Juan Carlos se da la circunstancia de que su papel ha sido decisivo en la historia de España. Los que ahora son sus mayores enemigos le deben a él poder participar libremente en política y ostentar los cargos que ahora tienen. Por muchos que fueran sus errores, en la balanza pesan más sus aciertos. El gobierno indulta a los que quieren romper España, aunque no se arrepientan de ello, y colabora para que los terroristas encarcelados se acerquen a sus familias o salgan de la cárcel. Y a Don Juan Carlos le prohíben ir libremente a donde le apetezca, aunque no pese sobre él ninguna condena.

No entendemos por qué obligan a su hijo Felipe a repudiar a su padre, independientemente de lo que éste haya hecho. Es su padre y a él le debe la vida y el trono y todo el amor que le ha tenido y le tiene. ¿Desde cuándo es un delito que un padre duerma en casa de su hijo, sea una choza o un palacio? ¿Quiénes son los miserables que se pueden sentir ofendidos por ello?

Estamos seguros de que, si se hiciera una consulta popular, la mayoría manifestarían ver más dañino para España que alguno duerma en la Moncloa que el Emérito duerma en la Zarzuela. Tan solo basta con que comparen quién ha hecho más bien o más mal a España. Y que el hijo no se engañe. Ahora se meten con el padre, pero Felipe es la presa más codiciada, pues más de uno sueña con suplantarle en una hipotética república, ciertamente bananera.

Sin duda el caluroso, que no bochornoso, recibimiento de Sanxenxo es el reflejo de lo que haría, si tuviera oportunidad, una gran mayoría de españoles de buena voluntad, que no se dejan llevar de la envidia o del resentimiento o de lo políticamente correcto, que saben valorar a las personas más allá de sus debilidades o torpezas, de sus defectos o errores. Nade de esto justifica la ingratitud ante quien ha hecho tanto por España y que, además ha dejado un sucesor del que los españoles bien nacidos pudieran sentirse agradecidos y orgullosos.
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