28/06/2020
 Actualizado a 28/06/2020
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En sentido positivo, los autores clásicos hablaban del «áurea mediocritas», o «dorada medianía», como un estado de gracia mental y emocional, ideal de equilibrio, ecuanimidad, mesura, sensatez y moderación entre los extremos; un término medio entre opuestos. Son conceptos que expresan la intención de alcanzar un punto perfecto alejado de cualquier exceso o desmesura, mediante la justa medida en todos los aspectos. Aristóteles define la conducta moral como un término medio entre la demasía y el defecto. Un equilibrio entre dos extremos igualmente perniciosos. Siguiendo al filósofo peripatético griego, generalmente se acude al tópico de que «en el medio está la virtud». Y quien se contenta con el «áurea mediocritas» repetirá con Horacio en una de sus odas: «El que se conforma con su dorada medianía no sufre ni vive bajo un techo que se desmorona, ni habita palacios fastuosos que provoquen la envidia».

Pero, ya en latín, mientras ‘mediocritas’ significaba el «justo medio», «virtud»; ‘mediocris’, por el contrario, significaba lo que hoy entendemos por «mediocre». A veces la misma forma de la palabra puede conllevar acepciones contradictorias en sus sentidos o significados. Y cuando la positividad de algo descansa en valores absolutos y se quiebra por la mitad, alcanza entonces significado negativo. Así, el valor absoluto de ‘verdad’, en «verdades como puños», puede fracturarse en «medias verdades»; o «medias tintas», por hechos o juicios que revelan precaución o recelo. El diccionario de la Real Academia define ‘mediocre’ como «de poco mérito, tirando a malo».

Dada la lidia feroz en que se encuentra el político ruedo hispánico, nuestros legítimos representantes tendrían que esforzarse en aprender a moderarse constructivamente en la dorada medianía que nos enseñaron quienes pusieron los cimientos de la civilización occidental. La política española actual debería de ajustarse al sentido primigenio de la mediocridad aristotélica y horaciana, no al sentido mediocre de encordiar desde los extremos. Hoy España necesita políticamente un justo medio entre su desarrollo económico, la democracia parlamentaria y el respeto a las libertades individuales. Esto solo será posible si los políticos aprenden a negociar. Pero antes de poder negociar tendrán que aprender a dialogar desvistiéndose de sus prejuicios ideológicos u odiológicos. Pero para poder llevar a cabo un diálogo fructífero deberán atreverse a encontrarse. Imposible resulta un diálogo entre dos personas que se odian o se desprecian. Una vez se hayan encontrado en planos de igualdad, convencidos de que cada uno tiene algo que aportar, se puede empezar a dialogar. Pero el diálogo será completamente inútil si cada uno de los dialogantes está convencido de estar en posesión absoluto de la verdad.

Ni el comportamiento en sus respectivas vertientes de la derecha actual del PP y de Vox, ni el populismo democrático de Pablo Iglesias pueden, por radicales, dar una respuesta adecuada a las aspiraciones del pueblo. España necesita urgente un ‘justo medio’. El liberalismo capitalista de sálvese quien pueda, la utopía leninista del Padre Estado y el maravilloso sueño anarquista de todo el poder para el pueblo y nada más que el pueblo, han sido experimentos de políticas que, llevadas a la práctica, pese a sus flagrantes limitaciones y errores, han hecho avanzar la sociedad de todo el mundo, pero que hoy por sus respectivas incapacidades demandan ya renovación. Venga, pues, una tercera España, no tan solo dos, en la que una nos ha de helar el corazón. Sea la que sea.
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