Te fijas en la vieja llave, pero dice tanto la mano como la llave, las dos cuentan mucho sin necesidad de decir ni una sola palabra.
La llave ya nos cuenta la historia de una vieja puerta de madera, tal vez el portón de un portalón de las históricas casas de labriegos. Una llave nacida a fuego en la herrería que todo pueblo que se preciara tenía, con un herrero que era uno de los personajes más queridos y necesitados pues en sus manos estaba la solución a tantas cosas. Las llaves, los picaportes, navajas, piezas para los carros y arados de reja, herraduras para vacas y caballerías, soldaduras para cualquier roto.. la vida se solucionaba según soplaba el aire que creaba algún fuelle que tantas veces tenía siglos de andadura.
La llave de una de aquellas puertas de madera pintaba en verde o azul para darle color a la vida y alegrar las miradas.
Pero nada sería la llave sin la mano. La mano del dueño que, en este caso, es además el herrero: Pepe, el de Valdespino de Somoza, el artesano que aguantó hasta los 95 años acudiendo cada día hasta el fuelle, el fuego y la vida. Su vida.
Pepe tiene el privilegio de recorrer su pueblo despertando recuerdos a cada paso. En cada picaporte está su mano, en las campanas para llamar, en los clavos de portones e iglesias, en las rejas colgadas en la pared cual museo al aire libre... Y es que nada sería la llave sin la mano.
Por cierto, ¿dónde se hacen las copias de estas llaves?
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