Donal, el irlandés de León

Donal Savage, irlandés nacido en la India y afincado en León desde hace 45 años, donde fue profesor de inglés, traductor y un ser profundamente libre, falleció hace unos días de Covid, dejando la estela de un tipo entrañable, bohemio y cercano. Su familia vino a recoger sus cenizas y dejó la mitad aquí al comprobar el cariño que se le tenía, "aquí queda también su alma"

Fulgencio Fernández
30/01/2022
 Actualizado a 30/01/2022
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Vaya por delante que le debo a Donal (corrector, no le pongas una d detrás que no le gustaba nada que le dijeran Donald), le debo, decía, al Donal bueno uno de los reportajes más emocionantes que he podido hacer en tantos años en este andamio de contar historias. El irlandés gigante se acercó a ‘mi rincón’ en un bar (eso nos unió mucho) y me contó que en sus viajes diarios a la Facultad de Veterinaria había reparado en que alguien dejaba cada día una flor silvestre, una rama o una margarita del suelo posada en un banco. Y Donal se sentaba a custodiarla e imaginar una historia.

‘Jugamos’ a hacer un equipo de investigación y vimos que todos los días, a las nueve menos cuarto en punto, un nonagenario llegaba caminando con la flor en la mano, la posaba en el banco, se sentaba un rato y se iba. Hablaba solo y pronto Donal me advirtió: «No es un enfermo mental, no habla solo, habla».
Unos cuantos días después hablamos con él.

- Le vemos posar una flor cada día.
- Desde hace cerca de un año. Mañana se cumple un año justo.

Donal le tiró de la lengua con la cercanía que tenía para entenderse y entender a los que hablan solos. Y le contó el anciano cómo desde hacía 15 años daba un paseo con su mujer, cada mañana y se sentaban en ese banco a descansar y charlar. Y que al día siguienteharía uno año que ella había fallecido y él cada mañana seguía dando el mismo paseo, se detenía en el mismo banco, dejaba una flor diferente y seguía su camino…

-Y habla solo; tercié con poco tino.
- No. Hablo con ella. No hace falta que me conteste, son tantos años que ya sé lo que me responde.

Y Donal se emocionó. Era tan alto que no llegué a verle la lágrima pero, de manera espontánea, le dijo: «Abuelo, le voy a dar un abrazo».- Claro hombre. Nosotros también te habíamos visto a ti; ella decía que debías ser un extranjero de esos que vienen a la Universidad de profesores a enseñar a los profesores de aquí, vamos que es usted muy listo… y algo raro.La carcajada de Donal se escuchó por toda la ciudad, seguro. Desde aquel día cuando se acercaba a mí rincón en el bar saludaba con un “¿no hacemos más periodismo de investigación?».Quería decir que le giustaban las historias con alma. Seguían charlas de cualquier cosa, siempre te sorprendía con el tema, y una oferta recurrente: «¿Porqué no te doy clases de inglés, aquí en el bar?».- Ya es tarde para eso, Donal.- Entonces del gaélico ni hablamos. Y otra carcajada. Algún te de los suyos. Sorpresas que sacaba de su bolsa, algún libro, notas en sus famosas libretas... Y muchas explicaciones a las gentes y trabajadores del Memphys (hoy Cincinatti) sobre ese «paisanón destartalado», como le definía un habitual del lugar, paisano de Coladilla en el que despertaba gran interés, como en tantos. - Dice que es irlandés.- Sí. Bueno, nació en la India, pero es irlandés y ahora leonés, que lleva aquí más de 40 años. Por eso se convirtió en el centro de las conversaciones la noticia de su triste final, otra víctima del Covid, una pandemia que le golpeó con más dureza que a nadie, hasta derrotarle de manera inmisericorde dejando su cuerpo derrotado en el suelo de León, sin nada que hacer cuando llegaron los sanitarios.Llevaba tiempo manteniéndose erguido contra viento y marea. Su familia quería llevárselo a Irlanda pero Donal había decidido vivir y morir en León. Tanto que cuando se produjo el fatal desenlace sus hermanos vinieron a por sus cenizas, estuvieron unos días en la ciudad de Donal y en un emotivo de despedida celebrado en «su» facultad de Veterinaria, uno de ellos, Peter, pidió pronunciar unas palabras para cerrar el acto, después de sus intervenciones, de haber cantado una canción gaélica en su honor, de haber escuchado en directo y por videoconferencia muchos testimonios: «Sus hermanos habíamos venido a León para llevarnos a Donal de regreso a casa, para llevar sus cenizas a Irlanda, pero después de varios días aquí, en su León, sabemos que no lo podemos hacer. Llevaremos la mitad, la otra mitad queda aquí, como queda su alma, como queda su espíritu».Se hizo uno de esos silencios de los que sólo se puede salir con un enorme aplauso, que además de sincero es una válvula de escape.Era el adiós a 45 años en León, donde llegó, decía Teresa María López, que conducía elacto de homenaje, «sin saber muy bien cómo».Sobre una bici rocinanta cabalgó un Quijote irlandés por esta Mancha leonesa prometiendo deshacer entuertos y buscar verdades por el amor de una doncella llamada LibertadSí lo recuerdan quienes le conocieron y acompañaron en aquella aventura, como sus amigos escoceses Clark y Tirion Dickson, con quienes compartió sus primeros años en León, trabajando en la Academia de Idiomas Modernos y viviendo juntos, entre 1978 y 1980. Para ellos fue una terrible noticia conocer su muerte, que les comunicó una amiga común, la profesora de inglés en la ULE María José Álvarez Maurín. Clark recuerda que «Don Savage era de Cashel, un pueblo en el sur de Irlanda. Que yo sepa, fue a León un año antes que yo en 1977, cuando tenía 27 años, habiéndose enterado en Irlanda de las posibilidades para hablantes nativos de dar clases de inglés en el norte de España. Conoció a un grupo de gente española de vacaciones en Cashel para aprender inglés, lo que le planteó la idea se ir a España». Un año después llegó Clark y, explica, «Don fue muy amable y acogedor conmigo cuando llegué a León. Actuó como mi mentor, me ayudó a instalarme en mi nuevo puesto de profesor, y me invitó a compartir un piso que ya alquilaba en El Crucero». Era el gigante Don una especie de extraño en aquel León pues, dice Clark: «Lo que más le caracterizaba a Don era su extrema altura y el pelo rubio. Se destacaba en la multitud. Le era fácil hacer amigos e iba desarrollando una red social lo que le permitió establecerse como profesor y traductor. En aquellos tiempos había pocos hablantes nativos de inglés con domicilio en León y todo el mundo nos trataba con mucha cortesía y amabilidad». Tirion, que recuerda que aún estaban solteros, vivió una experiencia similar: «Fue muy amable y protector conmigo puesto que era la única mujer que trabajaba entonces en la academia y en el piso que compartíamos con otros hombres», trayendo a colación algunas anécdotas del bueno de Don: «Le gustaba pelar patatas en una hoja de periódico, según el una gran tradición irlandesa. Sabía mucho de historia irlandesa y de sus tradiciones», algo que corrobora Clark, quien añade que le gustaba ‘cultivarlas’: «Se enorgullecía de su propia cultura. Tenía una colección impresionante de música irlandesa tradicional y le encantaba hablar sobre la literatura irlandesa, sobre todo las obras de Flann O’Brien. Solía hablar con nostalgia de Irlanda, perose encontraba muy a gusto en León». — La música sonaba continuamente en el piso, especialmente irlandesa. RecuerdoThe McGarrigle Sisters, canción que siempre que oigo me transporta a mi llegada a León en1978; recuerda Tirion, que tenía22 años cuando llegó a aquella España que acababa de salir de una dictadura: «Éramos los únicos que conducíamos un coche con el volante a la izquierda, lo que provocaba momentos muy divertidos».Clark ofrece las claves de los motivos de Donal para asentarse en León. «disfrutaba de la vida en España, y solía emplear la frase ”good craic”(expresión irlandesa que quiere expresar la alegría que se respira en un lugar) con referencia al ambiente en León, sobre todo en los bares durante la hora de ir de vinos».

Y así se sumó al paisaje de las calles de León aquel Don que Trapiello definía así en el acto universitario: «Sobre una bici rocinanta cabalgó un Quijote irlandés por esta Mancha leonesa prometiendo deshacer entuertos y buscar verdades por el amor de una doncella llamada Libertad. Y por ella renunció Donal a llevar collar, corbata, futuro confortable, empleo con grillete y servidumbres pensionadas».

Así fue. Renunció a comodidades funcionariales, apostó por ser libre, daba clases particulares y se olvidaba de cobrarlas, su puerta estaba abierta para tomar un te, su vida era, en palabras de Artigue, la de « un bohemio magnético, pedagógico y filósofo que se enamoró de nuestro vino, y de este frío que desinfecta más que la tristeza, y de las tapas gratuitas, y las callejas intestinales, laberínticas, del Barrio Húmedo»; una vida en la que, Trapi dixit: «La dignidad es la  única elegancia que ha de perseguirse hasta en la vida adversa o en la penuria. Esa dignidad que en él ha sido un doctorado vital más que de honoris causa».
Una vida que, explica la profesora y amigaÁlvarez Maurín, «no permitía una constancia o rutina. Desaparecía durante largos periodos y un día volvías a encontrarlo. Pero, por prolongado que fuera el no tener contacto, no significaba un distanciamiento en la amistad. Era un tipo generoso, muy sensible, amante de la compañía, siempre con una taza de té Barrys, con un sentido del humor sutil y muy ingenioso».

Por eso la noticia de su adiós se lloró en el bar de la Universidad, donde le han puesto su nombre a un ‘córner’ para la eternidad, en las aulas, en las calles y bares. Por eso en el acto de Veterinaria se abrazaban llorando algunas alumnas de su inglés y su te, igual lo lamentaba Anais en el Cincinnati o desde el Rincón de Hugo, donde iba a escuchar música de acordeón, casi irlandesa...

«Y un día, que ya es hoy, lamentaremos habernos grillado sus clases… y su gran clase» sonaron las palabras antes de lacanción elegida para el adiós: «Todo lo que somos es polvo en el viento».
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