jose-luis-gavilanes-web.jpg

Don Gonzalo, un placer

09/01/2022
 Actualizado a 09/01/2022
Guardar
Conocí personalmente a Gonzalo Torrente Ballester (1910-1999) en el Instituto ‘Torres Villarroel’ de Salamanca. Buen novelista, excelente crítico literario, admirable orador y Premio Cervantes. Tenía yo que hacer unas prácticas en ese centro para obtener el Certificado de Aptitud Pedagógica (CAP) tras obtener la licenciatura en Filología Románica, requisito indispensable para poder dedicarme a la docencia. En aquel momento, 1982, Torrente Ballester estaba de baja como catedrático de Literatura Española a causa de un infarto. Aunque de baja laboral, como buen profesional acostumbraba visitar el centro con alguna frecuencia. Cuando le dije a don Gonzalo que le veía muy bien para los años que tenía, me contestó: «Sí, hijo, sí, pero mis coronarias tienen bastante más edad». Al preguntarme de dónde venía y contestarle yo que de Románicas y optado por el portugués, se deshizo en elogios sobre Miguel Torga, al que consideraba, no sólo el mejor escritor del Parnaso portugués, sino del europeo. Aprovechando ese confesado amor por las letras portuguesas y estando yo ya de profesor en la Sección de Portugués en la Universidad de Salamanca, siempre le invitábamos a los actos extradocentes que con periodicidad proyectábamos. Recuerdo varios ocasiones en las que el autor de ‘La saga fuga de J.B’. estuvo presente. Una de ellas fue con motivo de la presentación en el Aula ‘Miguel de Unamuno’ de la Universidad de Salamanca de la edición bilingüe de los ‘Poemas ibéricos’, de Miguel Torga, durante la cual se produjo una situación embarazosa. En determinado momento, justo cuando la intervención de Torrente, el embajador de Portugal, que presidía el acto, comenzó a dar cabezadas de somnolencia. Unos discretos toques de quien tenía a su lado hicieron que despertase, no sin cierto murmullo entre la nutrida asistencia. Poco tiempo después, fue noticia que el embajador muriese en Extremadura en un accidente de carretera al salirse de la vía el turismo en que viajaba. Era de esperar: Esta vez su modorra convirtiose en sueño eterno.

Recuerdo también haber presentado a don Gonzalo al escritor portugués Vergílio Ferreira, cuando éste último vino a Salamanca a la presentación de la versión española de su novela ‘Aparição’ (traducida, comentada y anotada por quien suscribe en una edición de la Editorial Cátedra (1984)). Hago constar que en una de mis visitas a Vergílio, en Lisboa, además de la imprescindible botella de ‘cognac’ ‘Torres 10’ –que como un rito siempre le obsequiaba en mi visita y hacía que se le saltasen los ojos de felicidad y a Regina Kapsikosky, su mujer, de contrariedad–, le llevé la saga-fuga torrentina. En otra ocasión, también en el Aula ‘Miguel de Unamuno’, Torrente asistió a una conferencia sobre Fernando Pessoa, pronunciada por el eminente intelectual portugués Eduardo Lourenço. Al término de la misma, recuerdo perfectamente que Torrente gratificó al conferenciante con las siguientes palabras: «Desde los comentarios a la poesía de Hölderlin por Heidegger nunca había visto ni oído algo tan profundo». Dicho por un hombre, como Torrente Ballester, que se había quemado las pestañas en hacer crítica literaria, es digno de tener en cuenta. Tuve como alumna a uno de sus once hijos; y he de decir que de sobresaliente. Cuenta Saramago en su ‘Cuarto Cuaderno de Lanzarote’, coincidiendo con Torrente en un coloquio en Portimão, que alguien tuvo la ocurrencia de preguntarle al de La Ramallosa si creía en Dios, y que la respuesta del escritor gallego fue contundente: «¿Y a usted qué le importa?».
Lo más leído