Domador de perros, gallinas y hasta cerdos

Baudilio Alonso es uno de esos personajes de los que se seguirá hablando durante varias generaciones pues sus habilidades, para domar todo tipo de animales, y su simpatía provocaron anécdotas inolvidables

Fulgencio Fernández
15/11/2020
 Actualizado a 15/11/2020
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Hay personas que todo aquello que hacen lo ponen al servicio de la convivencia y la buena vecindad, «la buena llevanza» que dicen en algunos pueblos. Gentes que se convierten en un pozo de anécdotas que se repiten en tertulias, conversaciones de bar y filandones, lo que hace que en vez de ser olvidados su leyenda crezca cada día más, traspase generaciones.Son tipos que acaban por convertirse en entrañables incluso para quienes no les conocieron.

Uno de ellos es, sin duda, Baudilio Alonso, nacido en Viego en el año 1933 y fallecido hace unos quince años. En cualquier conversación que haya gente del Valle de Reyero acabará apareciendo su nombre, hablando de una de las mil anécdotas que protagonizó, aunque las más repetidas son las relacionadas con su facilidad y habilidad para domar todo tipo de animales; los perros y gatos, por supuesto, pero también otros poco dados a la obediencia, como pueden ser las gallinas e, incluso, el cerdo, aunque éste dejó de hacerlo en un momento dado, por lo que contaremos.

Sus perros caminaban a su lado e iban haciendo lo que Baudilio les pedía, como si fueran hablando. Pero una situación n habitual era que te invitara a entrar en la cuadra, donde estaban las gallinas, en pleno calor de agosto. Al entrar las mandaba ‘al palo’ y se colocaban todas en fila, pero decía Baudilio «¡vaya frío que hace!» y las gallinas comenzaban a tiritar como si fueran los peores días de diciembre.

La ‘anécdota’ del gocho es algo más que eso, habla del cariño que el paisano tenía por sus animales. Logró que obedeciera el cerdo en todo lo que pe pedía y, para evitar el trago de agarrarlo con el gancho en la matanza, le fue hablando hasta que subió al banco, donde se le echaron los vecinos encima para la tradicional matanza. Se dio cuenta Baudilio de lo que había hecho y se fue, no pudo soportar lo que iba a ocurrir y, aseguraba, que «no solo lloré, no volví a domar ninguno más para evitar este trance, doloroso para él».

Baudilio había sido también un excelente luchador y las anécdotas que protagonizó por los corros, y fuera de ellos, también darían material suficiente para una tesis.

Pero sus ocurrencias llegaban sobre la marcha, jamás eran bromas pesadas ni ridículas, simplemente «de Baudilio». Este paisano era soltero, solterón de pueblo, y un día llegó al pueblo un repartidor nuevo de butano, preguntó por un vecino y Baudilio le dijo: «Para en la Plaza y pregunta por la mujer de Baudilio, que me dijo que necesitaba cambiar la bombona». Ni que decir tiene que la aludida le preguntaba, «así que la mujer de Baudilio? estás tu bueno».

Este buen paisano falleció en Madrid, donde se había ido a vivir con una hermana, para disgusto de los vecinos de Viego.
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