29/05/2018
 Actualizado a 17/09/2019
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Hace unos días tuve la oportunidad de compartir conversación con algunos de los miembros de la asociación de personas enfermas que, para su desgracia, tienen que hacer uso de esa Unidad del Dolor que, aparte de haber sido pionera en España, es parte tan fundamental de sus vidas. Escuchar cómo su sufrimiento, el sufrimiento de miles de personas, comenzaba a ser tratado como otra más de esas realidades humanas que este sistema de la avaricia, la voracidad y el egoísmo descarta y abandona, me revolvió el estómago.

Conocí cosas que ningún periodista podrá nunca escribir a riesgo de ser expulsado del sistema y recordé, mientras los escuchaba, aquel aforismo que dice que el dolor es inevitable, pero el sufrimiento es opcional. Porque de opciones va la cosa. Optar por el egoísmo y la utilización de los servicios públicos como medio de enriquecimiento, o por la solidaridad y el reparto para que todos los seres humanos puedan llevar una existencia digna. Optar por la acumulación de poder y el centralismo, o por la corresponsabilidad y la confianza en los demás. Optar, en suma, por la humanidad de nuestra especie, o por su subsidiaridad de las máquinas y de los productos y, en definitiva, optar por la obsolescencia del hombre de la que hablaba Günther Anders.

Todas estas opciones son decisiones individuales con afectación colectiva. A todas y todos nos conciernen. Y condenar a los pacientes de la Unidad del Dolor al sufrimiento es una opción de la que podemos ser cómplices por falta de comparecencia.

‘La Sanidad nos duele’, reza uno de los lemas de la Plataforma para la Defensa de la Sanidad Pública, y se queda corto. Lo que duele es toda la deshumanización que se está generalizando en nuestra sociedad y en las instituciones cuya única legitimidad no reside en los votos ni en los persistentes actos de propaganda, sino en su verdadera finalidad. Las instituciones que no sirven para que reine la justicia y la igualdad están abocadas a desaparecer. Así de claro.
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