Divinos comediantes: Ira

Marina Díez coordina esta sección de LNC Verano en la que participarán diferentes escritores leoneses en un repaso por los pecados capitales

Cristina Díez
27/07/2021
 Actualizado a 31/08/2021
| MARCELO MOBT
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Andaba por el aire amargo y sucio.
Tan denso velo no formó a mi vista, como aquel humo que nos envolvió. Y el freno de las leyes se precisa; y se precisa un rey, que al menos vea de la ciudad auténtica la torre. Hay leyes, pero, ¿quién las guarda? Nadie.


(Canto XVI Purgatorio. Divina Comedia)

Cada día que osa acontecer, el cubo revestido de azules baldosas aislantes que aparenta ser frío, oscuro y distante, se empequeñece un poco más y se renueva un poco menos. Sofocante zulo de íntimas paredes escarlatas vigilantes de mí. Mis múltiples caras anuncian con indignación, a cada paso que doy, la I.R.A. Es la cornisa por la que, a todas horas, me asomo sin otear rayo de luz o chispa de vida alguna que me devuelva mi entusiasmo y concordia por la misma.

––¿A dónde irá? ¿A dónde pretenderá llegar con esta espesa niebla que nubla por completo su delicado juicio? —pretenden averiguar los ignorantes extranjeros limítrofes.

En el centro de ese azaroso dado me encuentro pasivamente agresiva; sin embargo, no discierno la hierática causa. Quizás sea la frustrada promesa de construir un sensible mundo a mi medida, o quizás sea el miedo a afrontar una realidad no elegida con satisfactoria libertad.
Me brotan coléricas lágrimas del corazón hacia mi seno por ser y estar en mi propio infierno, por reclutarme en mi conveniente, aunque inútil, entelequia. El sufrimiento interno se yergue amurallándome y deslindándome de la fútil vida en comunidad. Así, cada vez que alguien decide acercarse a mi impenetrable refugio para intercambiar palabras, ideas, miradas o interesarse por mí, yo solo sonrío y finjo sentir un parvo deseo, inquietud, alegría, paz o absoluta conformidad. Finjo sentir lo correcto o vivir una esperada vida «normal». Mis expresiones de indiferencia no dejan indiferente a nadie, tachándome de veleidosa, insoportable y voluble.

La supina incomodidad por la vida no es visible a ojos de una persona bautizada por su propia calima. Solo una sideral inteligencia divina, que sabe dónde mirar y a quién, descifraría los mensajes ocultos tras una pasiva actitud o activa sonrisa.

Yo, que siempre presumí de ser real y verdadera, ahora la simulación es mi permanente rémora. Atrapada en lo políticamente correcto, reprimiendo mi esencia. Un pasado carcelero, desnutrido negligentemente, se arrepiente y me delega la enorme responsabilidad de abrir con la mágica llave de plata mis más incontroladas pasiones e irracionales reacciones que atoran el flujo de mi ser. En mi cabeza suena una música de fondo en donde las voces naturales y humanas se imbrican generando una intolerable confusión y un caótico malestar característicos del Bosque de los Desamorados.

Entre muchas solitarias noches cerradas, refugiándome en mi viciada culpa y quejándome de las diversas e incesantes injusticias de la vida, de un defectuoso e impío mundo desajustado a mis egoístas objetivos, soñando despierta y, a punto de golpearme la cruda realidad; noto cómo mi hígado se hincha gradualmente de todos esos pensamientos puntiagudos y despiadadamente afilados que infectan mi alma en silencio. El dolor de una prolongada represión emocional es tan desgarrador que mi víscera comienza a sufrir pequeñas irrupciones internas. Es como si tratara de advertirme que, de un momento a otro, va a implosionar. Es el albarán por comprar tanto rencor, resentimiento, venganza y desesperación a ciegas, sin entender la utilidad exacta de cada una de ellas.

Con intención de calmarla, comienzo a prestar atención a mi respiración, imaginando que inspiro luz terapéutica y espiro irascible pus. Con el transcurrir de los segundos, logro regular el vital resuello y lo voy profundizando mientras mis oídos se abren a una dulce y melodiosa música suave que proviene del exterior del poliedro. Al distinguir el segundo movimiento de la «Sinfonía Dante» de Liszt mis entrañas se van relajando, y desde fuera consigo equilibrar mi interior. Mi infección reticular álmica revierte, canalizándose a través del túnel de la eternidad infinita. Alzo la vista y, donde antes solo había un grueso muro bicolor, ahora hay una puerta multidimensional cuyo emblema reza lo siguiente:

"Vivirás buena vida, si refrenas tu I.R.A."

La atravesé, el lazo de la iracundia se desató y el bosque de neblina se disipó, marcando el camino hacia una fuerza de la naturaleza que nos juzga libres de voluntad al entrar en juego el discernimiento.

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