Divina naturaleza

Hoy me acompañará en mi viaje por el Parque Nacional de Shenandoah el libro ‘Peregrina en el Arroyo Tinker’ de Annie Dillard, una de las grandes escritoras todavía vivas

Alfonso y Óscar Fernández Manso
20/07/2019
 Actualizado a 19/09/2019
Valle del río Shenandoah | ALFONSO FERNÁNDEZ
Valle del río Shenandoah | ALFONSO FERNÁNDEZ
Hoy me acompaña en mi viaje por el Parque Nacional de Shenandoah el libro ‘Peregrina en el Arroyo Tinker’ de la autora estadounidense Annie Dillard, una de las grandes escritoras todavía vivas. Annie es una de las primeras mujeres que decidió retirarse a vivir con interioridad a la Naturaleza Salvaje. Dillard tomó el relevo de la primera generación de escritores de la ‘Nature Writing’ como Thoreau, Emerson o Muir. Dillard encuentra una forma científica y poética de expresar su relación con la Naturaleza Salvaje a la que añade un anhelo de encontrar en ella los atributos de lo divino. Para ella "los pájaros cantan para marcar su territorio, pero no solo".

‘Peregrina en el Arroyo Tinker’ detalla las exploraciones y reflexiones de la escritora en sus paseos entorno a su casa junto al Arroyo Tinker. El libro es una peregrinación espiritual, un viaje metafísico, lleno de intensidad. Un periplo tanto por las luces como por las sombras de la existencia humana. Dillard sale a diario de su refugio de "eremita" y se enfrenta a la Naturaleza Salvaje en cuerpo y alma: "Vivo junto a un arroyo, el Tinker, en un valle entre las Montañas Azules de Virginia. Pienso en mi casa adosada al lateral del arroyo Tinker como uno de aquellos refugios ermitaños anclados a las rocas. Esta casa me mantiene amarrada a su fondo rocoso y me proporciona estabilidad en la corriente frente al raudal de luz que se vierte desde arriba, como haría un ancla marina. Es un buen sitio para vivir; en ella hay mucho que pensar".
La compleja sensibilidad de Dillard amplia mi percepción de los preciosos parajes de Shenandoah. El Parque Nacional abarca parte de las Montañas Azules del estado estadounidense de Virginia, no muy lejos del lugar en el que Dillard tenía su cabaña. El Parque es largo y estrecho, con el ancho valle del río Shenandoah en el lado oeste y las colinas de Virginia Piedmont en el este. El Parque está atravesado por el pintoresco "Skyline Drive", una elevada carretera escénica que da acceso a cascadas impresionantes, a miradores espectaculares y a silenciosos bosques.

Hoy abro el libro de Dillard en todo momento. Es una tentación continua para mí. El libro habla de la vida natural a través de las continuas observaciones que la autora hace sobre la flora y la fauna que encuentra en su peregrinar diario. Pero sobre todo como ya os contó este viajero habla de la divinidad. Dillard lo ha descrito como un "libro de teología" rechazando la etiqueta de ‘Nature Writing’. Ella prefiere calificarlo como una teodicea, una demostración racional y filosófica de la existencia de Dios. Dillard piensa que una de las tareas del Hombre es ayudar a Dios santificando las cosas creadas por él. Y ella lo hace descifrando la intrincada textura de las cosas del mundo: "El arroyo Tinker es un misterio activo que se renueva minuto a minuto. El suyo es el misterio de la creación continua y de todo lo que supone la providencia: la incertidumbre de la visión, el horror de lo inamovible, la disolución del presente, la intrincación de la belleza, la presión de la fecundidad, la esquividad de lo libre y la naturaleza defectuosa de la perfección".

Dillard intenta reconciliar el duro mundo natural, con su "aparentemente horrible mortalidad", con la creencia en un Dios benevolente. La muerte se menciona repetidamente como una progresión natural, aunque cruel: la "naturaleza", dice Dillard, "ama la muerte más de lo que nos ama a usted o a mí". En un pasaje del libro describe como observa a una rana siendo "succionada" por un "insecto de agua gigante". Esta crueldad necesaria muestra orden en la vida y la muerte, no importa lo macabro que parezca.

Para Dillard "los montes y lomas que rodean el Arroyo Tinker son un misterio pasivo, el más antiguo de todos. El suyo es el simple misterio de la creación a partir de lanada, de la materia misma, de cualquier cosa, de lo que viene dado algunos arroyos. Los arroyos son el mundo con todos sus estímulos y belleza; allí es donde vivo. Pero las montañas son el hogar".

Precisamente con el ánimo de preservar ese hogar que conforman las montañas se creó el Parque Nacional Shenandoah. No sólo a Dillard le inspiraron las montañas, sus cimas colmadas de misterio han atraído desde antiguo a los seres humanos. Llegar a la cumbre, para ver tan lejos como lo permiten los ojos, absorber la amplitud de nuestro mundo nos deja a la vez sobrecogidos, humildes e inspirados. Shenandoah permitió preservar las preciosas Montañas Azules creando un viaje por el horizonte. En los años 30 cuando se crea el Parque se buscó que los automovilistas pudieran disfrutar conduciendo sin prisa a través de las montañas Blue Ridge por la "Skyline Drive" pudiendo experimentar el asombro y la inspiración de las magníficas vistas.

Viajar con las palabras de Dillard es todo un privilegio. Los estudiosos del movimiento transcendalista, los pioneros de la “Nature Writing”, la compararon con los grandes e influyentes Thoreau y Emerson. Edward Abbey, ilustre escritor y ambientalista, declaró que Dillard era el "verdadera heredera del gran maestro Thoreau". Edward Abbey afirmó: "Solo ella ha podido componer, con éxito, de la manera extravagante y trascendental de Thoreau". ‘Peregrina en el Arroyo Tinker’ es análogo en diseño y género a Walden. Qué mejor que escuchar sus palabras para comprobar como en verdad Dillard es su sucesora: "Si el día es bueno, cualquier paseo viene bien, todo parece bello. El agua, en particular, presenta su mejor aspecto al reflejar el cielo azul en las charcas, al desmenuzarlo en las zonas de gravilla poco profundas y convertirlo en blancas cascadas y espuma en los tramos rápidos. En un día nublado o brumoso todo está descolorido y apagado, salvo el agua, que lleva sus propias luces. Me encamino hacia las vías del tren, hacia la colina por donde sobrevuelan las bandadas de aves, hacia el bosque donde habita la yegua blanca. Pero me dirijo al agua".

La flora y fauna de Shenandoah son representativas de los bosques de las áreas de montaña del centro de la costa atlántica de Norteamérica. En las solanas predominan los pinares, como curiosidad aparece de forma natural el cactus de nopal. Por el contrario, en las umbrías aparecen los bosques de Tsuga oriental, la gran humedad permite contemplar grandes extensiones tapizadas de musgo. En Shenandoah la diversidad forestal es elevada y la belleza de sus especies espectacular, el viajero pudo encontrarse en una única jornada robles, nogales de pecán, arces, tuliperos y castaños. Por cierto, el castaño americano que ocupó profusamente el Parque Nacional fue prácticamente extinguido en la década de 1930 por el chancro que actualmente afecta a nuestro castaño. En los bosques de Shenandoah tienen el privilegio de vivir osos negros, coyotes, mofetas rayadas, mofetas manchadas, mapaches, castores, nutrias, zarigüeyas y venados de cola blanca. Por cierto, más de 200 especies de aves se han observado en el Parque.

Dillard se despide de mí con sus evocadoras palabras: "Durante el estiaje del verano, los lirios y los juncos crecen en una sucesión de charcas que refresca la corriente perezosa. Los zapateros de agua se pasean por la superficie, los cangrejos de río se encorvan por el cieno mientras comen porquería, las ranas croan y brillan y los pececillos plateados y las pequeñas bremas se esconden entre las raíces de la mirada verde y taciturna de la garza". ¿Quién puede negar a Annie Dillard la divinidad de la naturaleza?
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