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Distintas formas de mirar a Julio

23/02/2015
 Actualizado a 15/09/2019
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Desde la veneración hasta el reproche de que escribe poco, toda una sarta de apreciaciones personales sitúan a nuestro Julio Llamazares entre esos escritores respetados aunque no siempre comprendidos. Y es que él se presta y da pie a ello, con su arrojado desparpajo en sus apreciaciones acerca de cualesquiera asuntos, por ejemplo cuando, en público, me pone a mí como poeta entre los grandes de este mundo.

Y es que, si algo es clave para el entendimiento de este maestro total de la literatura, es la amistad, entendida, eso sí, a la leonesa, que es la de intuir quienes están, o no, siendo sinceros consigo mismos; porque quien lo es consigo lo es con los demás, y eso, en esta vida, vale por conocer a fondo el terreno que se pisa.

Es Julio un escritor total, al haber tocado todos los palos de la baraja de la escritura: poesía, novela, viajes, periodismo, cine, y hasta en el hablar se le distingue como narrador y como especulador de conciencias, cosas ambas que constituyen la sustancia de las letras; y en todos ellos ha dejado patente que, con pocas y sencillas armas, ha logrado transmitirnos ese mundo interior que le configura y le distingue entre la pléyade de hombres de letras de hoy en día, dejando una estela de reconocimientos casi unánimes entre los lectores y entre los críticos.

Ahora nos llega su 5ª novela (o 6ª si damos por tal al ‘Entierro de Genarín’) titulada ‘Distintas formas de mirar el agua’ que es como el reverso de una medalla de la que el anverso sería ‘La Lluvia amarilla’ y en la que una familia de las que fueron expulsadas de su tierra en la montaña leonesa cuando el pantano de Vegamián, regresa a arrojar las cenizas del patriarca en el lugar del que fueron aherrojados, Ferreras, más allá de Rucayo.

Han pasado 45 años. La viuda, los hijos y los nietos, cada uno para sí, reflexiona mientras tiene lugar la ceremonia, a la vez que van dando su opinión acerca del difunto, de los demás de la familia, y de la vida. Es, pues, un repaso a la evolución vivida en esta época en España y al cambio brutal debido a la transformación de lo rural en ciudadano y de lo tradicional en post moderno. La figura el padre, Domingo, (por casualidad coincide con el mío) que es el único que no quiso volver nunca a su tierra, es un retrato del campesino leonés, terco, de espíritu áspero y a la vez tierno, callado, ausente, un si es no es testarudo, pero capaz de mantener una ternura tan afectuosa con los suyos que ninguno de ellos consigue hilvanar una mala palabra contra él, ni siquiera los yernos se parados, o los díscolos nietos.
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