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Distancia de protección

18/05/2020
 Actualizado a 18/05/2020
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Uno de los asuntos que más me intrigan de todas estas semanas de confinamiento es la preocupación que muchos muestran (o mostramos, porque podría incluirme) por el futuro, incluso más que por el presente. Se diría que el presente se ha colocado entre paréntesis. Eso es el encierro durante la pandemia: un paréntesis. O eso querríamos que fuera.

Pero la realidad (y sobre todo la investigación médica) se ha encargado de advertirnos que tal vez no sea un breve paréntesis como pensábamos, sino un cambio que ha venido para quedarse. No es algo que vaya a pasar sin más, una vez cerrado el paréntesis, sino que de alguna forma persistirá un largo tiempo, como ya ha sucedido con otras pandemias, hasta que la inmunidad general, la vacuna, o los tratamientos que ahora se estudian, conviertan al virus en algo anecdótico o sin muchas posibilidades de éxito. La velocidad del presente nos invita a que las cosas pasen rápido: así vivimos. Pero ya hemos descubierto que eso no puede hacerse con todo.

Durante el confinamiento no hemos dejado de proyectar una y otra vez el futuro, ya que el presente no nos gustaba. Ahí ha crecido el espíritu indomable del ser humano, capaz, como se suele decir, de lo mejor y de lo peor. Yo quiero pensar que, sobre todo, de lo mejor. El aire positivo de los balcones, de los aplausos, de las canciones (casi todas un poco ñoñas, la verdad) que envolvían los anuncios televisivos, todo invitaba a vernos como seres en transición hacia un idílico futuro que llegaría en cualquier momento para inundarnos de luz. Es humano pensar que todo nos hará mejores. Pero tal vez no sea así.

Desde luego, no han faltado buenos deseos, reconocimiento a los otros, mensajes de esperanza. Pero la cuestión es si todo eso se va a mantener de cara a ese futuro que imaginamos una y otra vez. Resulta inevitable no descreer un poco de tantos buenos propósitos, sobre todo si consideremos que el ciudadano medio no es exactamente quien produce las transformaciones de la sociedad, aunque nos lo hagan creer, sino que se ve sometido a esas formidables fuerzas globales, evidentes o no, que nos pastorean a menudo a su antojo y sin miramientos. El debate sobre la construcción de las democracias en el futuro inmediato ya está sobre la mesa.

Por otra parte, este mundo tecnificado, con grandes altavoces mediáticos, tiende demasiado a la frase hecha, al eslogan, a la palabrería previsible y sin alma. No es sólo un mal de la política, donde se adivinan con facilidad las cuadernas de los mensajes, el armazón publicitario que se esconde tras los envoltorios. Lo grave es que hay una parafernalia comunicacional que resulta repetitiva, cansina y poco sugerente. No sé qué ocurre. O hemos perdido fuerza creativa o es que esta fuerza está acallada por los creadores de la simplicidad pragmática, que no quieren que nada sea complejo ni intelectual, porque eso complica mucho las cosas. Deberíamos preguntarnos por qué en general se tiende a enviarnos mensajes simples, o pueriles, como si la ciudadanía fuera tonta, como si no fuéramos capaces de procesar más que unas cuantas directrices elementales que, por supuesto, son totalmente incapaces de mostrar la verdadera complejidad del mundo.

Esta persistencia de lo simple, de lo dogmático, aparece como un gran peligro de cara al futuro. Lo hemos escrito otras veces. De la misma forma que debemos renegar de la velocidad en nuestra vida diaria, y redescubrir la grandeza de la lentitud, debemos negarnos a ser incluidos en modelos sociales prefabricados, o a tener que amoldarnos, velis nolis, a esquemas predeterminados de comportamiento. El ser humano, y la vida en sociedad, es algo mucho más rico, maleable, flexible, complejo, algo mucho más lleno de matices, que todo eso. Y si algo debemos defender hoy, creo que es el matiz. La tecnología, como los mercados, sobre todo en su afán estadístico, y más aún a través de los ‘big data’, necesita esas generalizaciones, necesita crear tendencias globales y movimientos previsibles. Un futuro pastoreado así no me parece la mejor de las soluciones.

Ese espacio de separación, que algunos llaman social, y sólo es física, debería ser aplicado también en el futuro a otro tipo de influencias, que son tan nocivas o más. Nos dejamos embaucar a menudo por abrazos mediáticos o virtuales que pueden ser profundamente contaminantes, aunque es cierto que los brazos de la propaganda, de las ingenierías mediáticas, de los dogmatismos y fanatismos, y de las redes sociales, que casi nos obligan a seguir para ser miembros del club de la modernidad, suelen ser bastante largos y difíciles de esquivar. Habrá abrazos en el futuro inmediato que no nos transmitirán un coronavirus, pero sí epidemias muy peligrosas para nuestra libertad, para nuestra independencia, o incluso para nuestra felicidad. Hay que reconstruir el lenguaje de las empatías, ya que no podemos darnos abrazos verdaderos, pero será necesario sentir que ese lenguaje no sea el resultado de una impostura, ni el artificio comunicativo de un laboratorio donde se mezclan ideas, estadísticas y datos para logar el cóctel perfecto que nos darán a beber.

Uno de los retos del futuro es el de la construcción de la nueva política. A menudo, los políticos hablan de lo que los ciudadanos tenemos que hacer, pero somos los ciudadanos los que tenemos que hablar de lo que los políticos tienen que hacer. Esta pandemia ha reflejado muchas de las cosas para las que no estábamos preparados, mientras, a menudo, perdíamos el tiempo en discusiones bizantinas. Quizás haya que volver a lo que de verdad importa, que es la construcción de la felicidad, no la construcción de la feroz competencia entre líderes.

Cualquier afirmación de este tipo es tachada de inmediato de inocente y buenista. Lo sé bien. Pero ¿realmente necesitamos la política para algo que no sea la construcción de la felicidad de la gente? En los últimos años nos hemos enzarzado en luchas propagandísticas, se ha utilizado un lenguaje acusatorio y agresivo, se ha mantenido una forma de hacer política hirsuta y egocéntrica, altamente basada en la explotación de la batalla contra los demás, no en la construcción de las ideas. Hemos descubierto que mientras la sociedad avanzaba y los ciudadanos esperaban otro guión, y otro estilo, la política no ha sido capaz de evolucionar. Como mucho, en algunos lugares, ha girado justo en sentido contrario, abominando de la inteligencia, buscando expresamente lo maniqueo y lo mezquino, y apoyándose en la falacia y en el lenguaje intimidatorio.

Sí. El futuro nos va a obligar a mantener ciertas distancias de protección.
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