27/05/2021
 Actualizado a 27/05/2021
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Escribía el director de LNC un artículo el pasado domingo, ‘Como digo yo’, que me hizo, al leerlo, pensar. En él, Rubio achacaba a la pandemia la radicalidad que se observa en las conversaciones entre amigos, familiares o entre los políticos, y que crece de manera exponencial. Todo se resume en que en nuestra sociedad, por desgracia, sólo cuenta la opinión individual, que a menudo es intransigente, olvidando el diálogo y el acuerdo, que es uno de los pilares en que se debe mover cualquier discusión. Uno cree que, además de a la pandemia, también es culpa de las redes sociales. En ellas, amparándose en el anonimato, cualquier cantamañanas puede decir lo que le venga en gana, por falso o doloroso para otras personas sea. Por el contrario, cuándo la conversación es cara a cara, como ocurre, por ejemplo, a la hora del café en mi pueblo, cuando nos juntamos diez o doce personas en la terraza del bar, las conversaciones, aunque sean entre gentes que piensan distinto a ti, y además más necias que una mula, se atenúan, se relajan y muy raramente acaban en discusión. Porque, teniendo enfrente al oponente, nos cortamos mucho a la hora de ofender o de molestar. Además, siempre hay alguien que, si las cosas se salen de madre, tercia para que no se acabe a hostia limpia.

También tiene mucha culpa del ‘Como digo yo’, la Wikipedia. Antes, cuando se discutía sobre cualquier tema, uno se cortaba a la hora de pontificar. Si querías saber si tenías razón, no te quedaba otro remedio que ir a casa, buscar en libros o en diccionarios para hallar la solución y esperar al día siguiente para decirle al tonto con el que habías discutido que tenías la razón. En ese tiempo, la ira o la irritación había menguado hasta desaparecer y estabas muy tranquilo al echar en cara al modorro que eso, que era un modorro. Hoy, por culpa de los putos teléfonos móviles, cualquier modorro se puede hacer el gallito tocando tres teclas y convertir una conversación de bar en un conflicto franco-checo: sólo tiene que buscar en la Wikipedia…; que, por cierto, no es tan infalible como os pensáis, ya que las versiones que da sobre un mismo tema difieren si consultas la versión en español, en inglés o en bable, pongo por caso, y no sabes a qué atenerte. El listo de Wikipedia es lo más parecido que nos vamos a encontrar al ‘Como digo yo’ de David.

El anonimato es terrible, como la soledad. Otro que tal baila, el Facebook, también ha destrozado las relaciones. Conozco a un tipo que sólo admite como amigos a aquellos que piensan como él, que leen los mismos periódicos que él o que votan a los mismos que él. Sé, porque me lo ha dicho, que ha suprimido como amigos a varios que, en un tema de actualidad, colgaron comentarios con los que no estaba de acuerdo. Nos estamos convirtiendo en policías de balcón, de barrio o de pueblo sin que el Estado nos pague…, o en censores y chivatos, que es mucho peor. Volvemos a lo de antes: cuándo estamos enfrente del ‘contrario’, nos cortamos. Todos hemos tenido que soportar sobremesas de Navidad en las que, por las ganas, hubiésemos dado de hostias al cuñado simplón, al suegro sabelotodo o al niño repelente que es experto en tocar los cojones. No hay nada como esa compañía y unas botellas de Rioja para iniciar un desencuentro que no termina hasta que la palmemos. Sin embargo, esto sucede muy raramente. La educación que hemos recibido, o, mayormente, el sentido común, hace que las cosas casi nunca terminen mal. Recuerdo la última comida de Navidad que vino mi tío a casa. Él es un socialista convencido y lo malo es que quiere convencer a los demás. Uno, la verdad, es que estaba cachondo, después de varias cervezas y una botella de Bierzo que sabía a gloria y me puse a llevarle la contraria y a alabar la doctrina de Bakunin y de Anselmo Lorenzo. Se cabreó; se cabreó mucho e hizo ademán de levantarse de la mesa. Pero no lo hizo. Entre mi madre y mi madrina le convencieron para que tomase el café y el turrón y, aunque molesto, se comportó como alguien civilizado. Uno, viéndose en minoría, también templó gaitas y pidió, muy humildemente, perdón y la comida acabó como cualquier comida de Navidad en una familia española. Sin embargo, de haber mantenido esa discusión en Facebook o en cualquier otra plataforma, es seguro que, a estas alturas, no nos hubiésemos hablado más y que él estaría mucho más seguro de lo que está de que un servidor es la oveja negra de la familia y que no tengo remedio, cosa que es cierta, pero que es mejor disimular.

Es bueno hablar cara cara. Es necesario. Hacerlo desde la soledad, desde el anonimato, desde la seguridad de tus cuatro paredes, solo consigue enturbiar y radicalizar a toda la sociedad. Lo que está pasando con los partidos políticos, que no se ponen de acuerdo ni en los temas más trascendentes, es fiel reflejo de lo que nos ocurre a nosotros…

Salud y anarquía.
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