Discursos en silencio

18/06/2019
 Actualizado a 19/09/2019
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Los discursos no siempre requieren púlpito o micrófono o grandes salones con sillas para escuchar. Incluso diría que los más sorprendentes no tienen nada de eso.

Hay quien queda mucho más impactado ante un cuadro, una imagen o un rincón que ante aquellos barbados predicadores con sandalias que nos enviaba el cielo por Semana Santa y que, desde las alturas del púlpito, parecían tener la posibilidad de rasgar el velo del templo.

Una prueba de ello puedes sentirla paseando por los alrededores de la entrada de la Cueva de Valporquero; allí, en plena naturaleza, te asaltan discursos silenciosos, palabras sin sonido, desde el río, el monte, las peñas, la entrada, las rutas, los árboles o la propia inmensidad de la cueva. Unos enseñan, otros sugieren, muchos te obligan a volver a mirar, te llevan la contraria...

Ahí tienes la puerta que te ofrece Ernesto González, ¿abierta o cerrada?, ¿pasas o rodeas?... de cualquier manera te lleva a las escaleras que te conducen allí donde la naturaleza lleva siglos trabajando, a la trocha por la que bajaron los maquis a esconderse en la cueva; al camino por el que el maestro don Luis te descubría los sonidos del agua contra la piedra; a los servales que dieron de comer al oso... o al rincón donde no te puedes imaginar cómo alguien se tomó la molestia de subir hasta allí para dejar tirados los restos de la merienda, los botes de los refrescos y hasta una nevera en la que se les debieron congelar las ideas.
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