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Discursos a la juventud

25/06/2018
 Actualizado a 15/09/2019
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En sus ‘discursos a la juventud’ que cada comienzo del verano, en Cármenes, pronunciaba el célebre Tribilín, oriundo, residente en Oviedo, y de espíritu atrabiliario, nunca glosó cuestiones tan confusas como las que se han formulado este año, en Francia, en las pruebas de bachillerato que ellos llaman ‘Baccalauréat’. «¿La poesía busca solo idealizar lo cotidiano?». Esta era la más sencilla.

Pues, mire usted, señor ministro francés del ramo, esas cosas no se le preguntan a un adolescente aspirante a entrar en la universidad de la Sorbona so pena de que le dé un patatús y, a consecuencia de él, decline el honor de continuar estudiando y se dedique a la política. Porque seguramente ni usted, al que se le supone la edad adulta, tendrá una respuesta clara para ese enigma, y mucho menos podrá tenerla alguien que tal vez no tenga claros ni su sexualidad ni su futuro.

¡A quién se le ocurre! Tribilín, al menos se limitaba a los reyes godos, que ya bastante tela para cortar tienen algunos. Pero meterse en estos ‘andurriales’ de los poetas, tiene crimen y castigo. Porque cada poeta, tendiendo a pensar lo contrario que sus colegas, suele tener para sí que la poesía nunca es lo que dicen los otros, sino lo que piensa uno mismo. Pero, claro, así se lo ponen fácil a los correctores del examen, quienes, respondan lo que respondan los alumnos, siempre pueden calificar más alto a los parientes y amigos, y rebajar la nota a los desconocidos. Una filfa. Francesa, pero filfa.

Pero, no escurra usted el bulto, señor cronista. Pues, verá: lo primero que habría que dirimir es: qué es poesía. Porque desde el «poesía eres tú» del fulano aquel, hasta los de la experiencia, o los recientes vendedores de injurias en métrica conjuntiva, que gesticulan en el escenario incitando a matar o a destruir al enemigo, va una larga ristra de opciones. Y eso sin tener en cuenta a qué cosa considera usted lo cotidiano. Porque para Tribilín lo cotidiano no era lo mismo que para Tramósfera o para Perrona.

«Idealizar la cotidiano» parece, pues, un sofisma. Y con sofismas no se hace poesía. Para unos lo cotidiano consistirá en pasar el dedo todo el santo día por una pantallita; para otros, buscar la forma de sacarse un dinerito extra con algún chanchullo; y para la mayoría, desesperarse cada amanecer al comprobar que todo continúa igual y que no hay salida. Eso sin meternos en otras de las preguntitas: «¿El personaje de novela debe vivir pasiones para cautivar al lector?». «¿La cultura, nos hace más humanos?». «¿Toda verdad es definitiva?».
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