Diplomas amargos para los estudiantes internacionales de León

Un adiós siempre lleva una carga de tristeza. Antes de la partida llegan las nostalgias, los "te acuerdas de cuando…", "Qué buen aquello...", "Aquel día que lo pasamos genial…". Y la satisfacción de haber superado aquel examen del profesor que tal, el casero cual que no nos dejaba esto o los días aquellos enferma en una ciudad a las que no se viene a estar enferma, claro, se viene a estudiar, pero también hay tiempo para otras cosas.

Bien los saben los más de cien estudiantes internacionales de la Universidad de León (ULE), que este viernes han celebrado la gala de despedida de un curso que difícilmente olvidarán. En el Aula Magna San Isidoro del Albéitar, el vicerrector, Roberto Baelo, ha excusado la presencia del rector, difícil estar en dos sitios a la vez, y se ha encargado de dedicarles el que tal vez sea el último discurso que oigan en este León, del que ya son vecinos de pleno derecho. Unos llegaron en septiembre, otros en enero, pero todos han formado parte de la comunidad universitaria, que rejuvenece una ciudad que tanto necesita sacudirse unos cuantos años. Es decir, durante un tiempo la han hecho mejor.

Y eso es motivo de celebración, de una gran celebración. Celebrar los conocimientos adquiridos en el campo al que se haya consagrado este curso, las habilidades desarrolladas, los nuevos horizontes académicos, los progresos en la lengua castellana, en la china, la francesa, la italiana, o el ruso, tan mundial hoy. Los diplomas, las matrículas de honor, los sobresalientes, notables, los cincos cincos raspados… Y por encima de todo la amistad. La complicidad plasmada en 'selfies', 'photocalls', billetes de autobús gastados y por gastar. La amistad de un año que quedará marcado en la memoria de los jóvenes que en esta tarde de mediados de junio se han no han dicho 'bye', 'au revoire', 'ciao', 'näkemiin', 'auf wiedersehen' o 'sayonara'. Se han dicho "hasta luego".