02/05/2017
 Actualizado a 12/09/2019
Guardar
El gran teólogo protestante Oscar Cullmann escribió un interesantísimo libro titulado ‘Cristo y el tiempo’, entendido éste como la historia humana. En cambio aquí nos referimos al tiempo meteorológico, concretamente a la lluvia y a la helada. Por una parte hoy es noticia que los llamados procuradores, conscientes de la enorme sequía que afecta a los campos, han votado para que la Virgen de Castrotierra peregrine a la catedral de Astorga en donde se celebrará su novena para pedir la lluvia. Como siempre ha sucedido, la lluvia ya ha comenzado a hacer acto de presencia. Unos dirán que es gracias a la Virgen y otros que pura casualidad o coincidencia.

Por desgracia en días pasados una impresionante helada ha dejado totalmente abrasadas miles de hectáreas de viñedos y otros frutales. El panorama es desolador. En ambos casos puede ocurrir que nuestra mirada se dirija al cielo, responsabilizando a Dios, para bien o para mal. En el Antiguo Testamento lo tenían muy claro, con frases como éstas: «El Dios de la gloria ha tronado» o «Dios se sienta por encima del aguacero». Unas veces entonaban cantos de alegría para agradecer las cosechas y otras consideraban los desastrosos efectos del temporal como un merecido castigo.

Newton, gran científico y creyente, dejó bien claro que el poder de Dios no entra en contradicción con la autonomía de las leyes físicas. Si llueve o hiela no es porque Dios decida arbitrariamente que baje la temperatura o descienda el agua sobre la tierra, sino que responde a unas leyes. Lo cual no quiere decir que Dios no tenga nada que ver en esto. Pongamos un sencillo ejemplo. Mientras escribo estas líneas estoy utilizando un ordenador que no funcionaría si alguien no hubiera creado su sistema operativo o el procesador de texto que estoy utilizando o si unos señores no hubieran construido el ordenador. Su trabajo es imprescindible, pero de ninguna manera condiciona lo que uno pueda escribir.

La experiencia nos dice que la oración es muy importante y que tiene mucho poder. Y por eso hacemos bien pedir la lluvia. No vamos a decir que las heladas o las inundaciones sean un castigo divino, pero sí que deberían hacernos pensar un poco más en tantos seres humanos que están mucho peor que nosotros y de los que apenas nos acordamos ni se conmueven nuestras entrañas para ayudarles. ¿Acaso esa devastadora helada no es una metáfora del todavía más desolador panorama moral de nuestra sociedad que nos resignamos a aceptar con tanta indiferencia?
Lo más leído