Dios viajaba a lomos de una Vespino

Lucidio González, uno de los curas más singulares de la provincia, falleció recientemente a los 85 años y dejó un recuerdo imborrable entre sus vecinos más allá de su estampa de llegar a decir misa a lomos de su Vespino

Fulgencio Fernández
10/02/2018
 Actualizado a 14/09/2019
Don Lucidio recorría la comarca con su Vespino para decir misa y otros menesteres propios de su condición de párroco, con casco, abrigado pero a la antigua usanza.
Don Lucidio recorría la comarca con su Vespino para decir misa y otros menesteres propios de su condición de párroco, con casco, abrigado pero a la antigua usanza.
Hay reportajes de esos que se te escapan de las manos y nunca lo dejas de lamentar. Uno es el de don Lucidio, el cura de Renedo de Valderaduey y otros pueblos de la comarca, que lo vas dejando y un día te duele la esquela cuando la ves. Ocurrió esta semana, se fue, a los 85 años. Lo sientes, por la foto de un cura llegando a decir misa en Vespino, sí, pero más porque habías visto debajo del casco, la bufanda... a un buen tipo, a un paisano que lo querían sus vecinos porque había sido su cura, pero sobre todo su paisano, ya que él era de Renedo de Valderaduey, donde ejerció de cura, que muchas veces no es fácil.

Me habló su sobrino Chechu de él. Quedamos uno de aquellos años que había corro de lucha en el pueblo y cenamos en la huerta, al calor de la lumbre. No me separé de don Lucidio, era una sucesión de jugosas historias de un hombre que lleva a Dios a lomos de una Vespino.

- ¿Pero no ganó para un coche?
- Ni eché las cuentas. Te diré más, me quisieron comprar uno los vecinos a escote y no quise, yo con la Vespino me arreglo y hay que ser humilde en esta tierra de gentes humildes.

Hablaba de aquellos domingos cargados de misas, en los que metía algo que comer en el bolso —«me gustan los huevos cocidos»— y entre una misa y otra detenía su moto, se sentaba en la orilla de la carretera... y para otro pueblo. Hablaba de su afición por la miel, por el huerto «que no se me da mal», de su predilección por los niños que encontraban en la sacristía un lugar para sus juegos... «Fui de los primeros curas en tener monaguillas, yo no sabía si habría más pero me parecía que tenían que ser como los niños», razonaba.

- ¿Siempre tiene algo que hacer?
- Un cura siempre, nunca falta alguien a quien atender... o si no pues vas al cementerio y limpias y arreglas las tumbas de los olvidados, de aquellos que no tienen familia en el pueblo y crían ortigas alrededor.

Lo recordaba una colega estos días. Han sido muchas las muestras de cariño en su casa. Muchas historias y a mí, un día por otro se iba pasando el reportaje, y se me fue un gran paisano en Vespino.
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