10/05/2022
 Actualizado a 10/05/2022
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El lunes uno de mayo el mundo de los medios de comunicación estaba intrigado por el anuncio de una inesperada rueda de prensa del gobierno. Al final resultó, dicho con palabras del poeta Horacio, como el parto de los montes, que dieron a luz un ridículo ratón. Se trataba de decir a los independentistas: si a vosotros os han espiado, a nosotros también.Como si se tratara de algo raro y excepcional lo uno y lo otro. En este mundo tan informatizado se entiende que no espía más el que no puede. Y, si no nos espían, es señal de que somos poco importantes. Por supuesto que está más que justificado que los servicios de inteligencia españoles intenten tener controlados a todos los enemigos de España.

Sinceramente no acabo de entender el énfasis que se pone en la «protección de datos», a pesar de que a todos nos gusta que se respete nuestra intimidad, pues hemos de reonocer que hoy en día todos estamos más controlados que nunca, sobre todo si llevamos un teléfono móvil en el bolsillo o utilizamos el ordenador con conexión a Internet. En la práctica ya se está haciendo realidad aquello que dice la Biblia: «No hay nada oculto que no llegue a descubrirse ni nada secreto que no llegue a saberse y a hacerse público». Pero, sobre todo, independientemente de que uno sea o no creyente, deberíamos tener en cuenta aquello que decía el catecismo de nuestra infancia: «Dios lo ve todo, lo pasado, lo presente y lo futuro y hasta los más ocultos pensamientos».

No se trata de que vivamos angustiados pensando en el ojo vigilante de un Dios obsesionado por pillarnos en algún renuncio, pero es lo que más nos debería preocupar, porque, antes o después, todos tenderemos que dar cuenta de nuestra vida y ser juzgados por el amor que hayamos puesto en lo que hacemos. Lo demás, el juicio de los hombres, es efímero y pasajero. Si tenemos la conciencia tranquila no debería preocuparnos demasiado el que nos espíen. Y si nos preocupa que se conozca que lo que hacemos está mal, entonces nuestro afán de ocultamiento se convierte fundamentalmente en hipocresía. Ello no quiere decir que debamos aceptar sin más la difamación, que consiste en difundir sin necesidad los defectos del prójimo. Y, sobre todo, cuando los que no estamos limpios de pecado nos disponemos a lanzarle la primera piedra.

Lo que parece claro es que, si estuviéramos más pendientes de la mirada de Dios que de los espíasy hackers y siguiéramos las directrices de una conciencia bien formada, huyendo de la hipocresía, las cosas irían bastante mejor.
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