23/08/2020
 Actualizado a 23/08/2020
Guardar
Lo han comentado en los telediarios, casi furtivamente, pero ha tenido que venir una ONG mundialmente respetada, Médicos Sin Fronteras, para que en este país podamos disponer de un informe exhaustivo de las penalidades y tragedias que les tocó vivir durante la pandemia a varios miles de españoles. Lo que refieren parece el argumento de una película de terror. Residencias donde se les cerraba bajo llave mientras suplicaban que les dejasen salir, cadáveres abandonados en las habitaciones, operarios que, sin tener las competencias ni la preparación adecuada, debían asumir responsabilidades sanitarias. Una barbaridad; un apocalipsis. Médicos Sin Fronteras ha calificado el trato que sufrieron esas personas de indigno, pero lo indigno, lo inexpresable, es que en este país, y en cada una de sus patéticas Comunidades Autónomas, no haya dimitido ni el sursum corda. Fuera por improvisación, incapacidad o negligencia, han visto morir a sus ciudadanos más vulnerables y, pese a la magnitud horrenda de lo sucedido, nadie ha presentado su dimisión. Ahí siguen, mareando la perdiz, a punto de organizar el siguiente despropósito, esta vez, en las escuelas. Miles de familias y educadores cruzan los dedos anhelando que no ocurra una catástrofe, pero si finalmente llega, tengan la certeza absoluta de que no se bajará de la poltrona ni Dios.

Lo de la histórica ausencia de dimisiones en España, si no fuera por la miseria que el hecho encubre, podría ser materia de un sainete, con un puñado de personajes interpretados por alcaldes, consejeros y ministros, todos ellos con verbo fácil, traje entallado y sacados de la vida real. La cosa daría para una serie de dos o tres capítulos. Frente a tanto cafre, uno se pregunta qué deben sentir los políticos honestos, que también los hay, viendo cómo se las gastan aquellos sobre cuya conciencia debería recaer la agonía de todos esos ancianos. No esperemos que se precipite nada. Esto va a seguir empeorando gradualmente (o a marchas forzadas, si la pandemia se intensifica) y, como mucho, les oiremos exigir la dimisión de sus rivales, a voz en grito si es posible, para dejar constancia de su talla moral. Este es el país que tenemos, con tipos que se lavan las manos, una mediocridad rampante y un patriotismo que, manoseado por unos y otros, se parece a esas mudas zurcidas que colgaban antaño de pinzas roñosas.
Lo más leído