03/11/2021
 Actualizado a 03/11/2021
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Así comienza un himno funerario del siglo XIII. Uno de tantos, que evocan el final de los tiempos y el Juicio Final ante el cual, todos compareceremos, sin exclusión. Reyes, ministros, catedráticos, pobres de solemnidad o potentados. Incluso los jueces comparecerán, para dar explicaciones, si es que las hay, ante Dolores Vázquez y los padres del niño asesinado en Lardero.

Procesiones, cofradías, responsos, tedeum, son rituales que han llegado desde el Medievo y aún, hoy en día, se celebran y tienen su razón de ser. Por las guerras constantes entre los reinos europeos; la Reconquista; las cargas insoportables de los siervos de la gleba por Señores feudales, que sucumbieron, con los Reyes Católicos. Y finalmente, con Carlos I. Por. Por las pestes, que hicieron estragos en la población, y el miedo que anidaba en los burgos, plazas, mercados y caminos. Una obra como el Decamerón, describe el viaje de unos nobles, huyendo de la peste, durante el cual van contando cuentos para entretenerse.

Los avances técnicos y científicos, con la Revolución Industrial, han sido importantes y progresivos, en su carrera frente a la enfermedad. La vacuna contra la viruela, de Pasteur; la penicilina de Fleming; el bacilo descubierto por Koch. Una imagen elocuente de la importancia de los medicamentos, la expone Graham Green, en el Tercer

Hombre: El tráfico de penicilina adulterada. Un pulso entre la salud y la enfermedad.

Ante la presente pandemia, han hecho efecto las falsas vacunas. Pero, una buena gestión, hubiera reducido el número fallecimientos. En realidad, el desarrollo de esta plaga, más parece una conjura, en la que se concitan la incompetencia, los engaños y mentiras; las manipulaciones, como los confinamientos ilegales; el negocio y el rendimiento político de quien se propugna como el sanador.

Como un año más, ha llegado el día de Todos los Santos y no entiendo cómo no hay ningún recuerdo, ningún homenaje para los millares de muertos que, en dos años escasos, se ha llevado el virus letal, dejando un rastro de dolor y soledad. Ni una despedida, ni unos deudos, ni flores ni funeral. Un penoso desfile víctimas, que se han ido en un vergonzante anonimato, en un intento de escamotear la cuantía de los fallecidos para que los políticos implicados salvaran el culo.

Pero el miedo a la muerte ha dado sus frutos. El Requiem de Mozart, Fauré o Verdi; o el de ‘Un Campesino Español’. Las catedrales, Francisco de Goya, La Divina Comedia o el Panteón de los Reyes de León, en San Isidoro. Una serie infinita, en todas las especialidades artísticas.

Entre tanto, llegados a este punto, aparecen las calabazas, los disfraces y tontería, de los medios y los colegios: El halloween; para que los niños se diviertan, sin saber por qué. Una existencia como las películas de Tim Barton. Salvando las distancias, es como la vida de Siddhartha, cuyo padre, lo tuvo encerrado en palacio, apartado de la muerte, la enfermedad y las miserias. Hasta que escapa y se enfrenta a la realidad, que lo conmueve y santifica.

En la sociedad actual, del consumo y las tecnologías, se antepone lo virtual a lo real. Todo por unos hijos que, mientras te echan encima la tierra, se sacarían un selfie, ante tu tumba.

Sin valores ni principios, la vida,está enferma. Una larga carrera, que ya ha comenzado, en la que siempre se pierde, pues el mal no tiene fin. Ante la muerte, acaso el único consuelo, una confesión, un funeral, un nicho en el cementerio y un recuerdo, para marchar en paz.
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