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Dictadores al dictado

13/12/2021
 Actualizado a 13/12/2021
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Recuerdo cuando Álvaro Pombo en una conferencia en la Facultad de Ciencias de la Información de la Complutense de Madrid, preguntado por su técnica a la hora de sentarse en el estudio, explicó que él no se sentaba a escribir, que prefería dictar a una secretaria que tecleaba lo declamado. A mí, en su día, esta técnica me pareció realmente compleja, entre otras cosas, porque la escritura es una actividad reflexiva que busca ordenar ideas sobre el papel con el fin de poner en claro el discurso. De hecho, generalmente, los discursos primero se escriben y después son leídos ante el auditorio objetivo porque resulta mucho más sencillo ordenar las ideas cuando se tiene tiempo y se está tranquilo, que cuando tenemos la presión de no poder borrar, aunque estemos paseando con las manos a la espalda por un despacho enmoquetado y con ricos tapices en las paredes.

Dictar es tremendamente complicado, aunque yo he conocido genuinos corresponsales de comarcas o de deporte base, que desde el teléfono público de un pueblo perdido o desde un campo de regional aficionados, eran capaces de dictar incomparables crónicas de una boda al estilo tradicional o de un partido tan deslucido como el césped que lo acogía.

Sin duda, habrá quien sea capaz de dictar con total claridad y orden en sus ideas, pero a mí todavía me cuesta muchísimo. Prueba de ello es que esta columna no está siendo escrita, sino que está siendo dictada mientras doy un paseo por la Candamia y me voy encontrando personas caminando solas como yo, con la pantalla pegada a la boca o a la oreja, recitando o escuchando cosas tan importantes como estas líneas.

No soy capaz de encontrar otra conclusión de todo esto que la paradoja de que nos estamos volviendo unos dictadores que, sin embargo, cada día viven más al dictado de los otros.

*Tres intentos me llevó hilar esta columna, que luego he tenido que editar porque no soy capaz de dictar la puntuación al móvil.
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