23/12/2019
 Actualizado a 23/12/2019
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Ahora le dicen «Belén» a lo que antes llamábamos «Nacimiento». Ahora sabemos tanto que hemos tenidoque olvidar algo, para hacer sitio. Pero no siempre olvidamos lo peor. A menudo tiramos lo más valioso porque no le encontramos hueco en la memoria. Por ejemplo aquellos días de musgo de la infancia rural en los que nuestra misión de niños consistía en recaudar musgo para el «nacimiento».

Mientras los mayores instalaban elarmazón en una esquina de la iglesia (templo) y dibujaban las calles, las montañas y los ríos, y colocaban sobre un picacho el palacio de Herodes, y en medio del vallecito la cabaña con el pesebre en el que iba hacer el Niño Dios, los niños del pueblo, juntos, provistos de canastos, cestas y capachos, recorríamos el monte, los caminos y la orilla del río, en busca de musgo para alfombrar el «nacimiento».

Recoge María Moliner en su diccionario de uso del español la frase: «Los niños compran musgo para el belén». Eso sería en la capital. Porque lo que es los niños de los pueblos, primero no teníamos ni dónde ni con qué, y segundo, lo que nos sobraba era musgo y ganas de salir en pandilla por el campo sin control de los mayores y poniendo en marcha nuestra propia organización social. Manolo, el de Egesipo, (saludos Manolo en tu retiro de Boñar) que era el que ostentaba el mando, disponía los grupos: Vosotros cinco para el Pjnar; vosotros cuatro para la Yosa; vosotros seis para la Cota; y vosotros tres os venís conmigo que os voy a enseñar un sitio en el que hay musgo a rabiar.

Ahora se dice «montar el belén». Y no es culpa de Carlos III, que fue quien trajo la costumbre desde su Nápoles del alma, que él bien que sabía que aquello no era sino una representación del Nacimiento de Dios, que, en definitiva, sería como la representación del nacimiento del mundo en general y de cada uno de nosotros en particular. Ahora debe ser el mismo Dios el que se niega a nacer en un mundo en el que nadie cree. A nadie importa el nacimiento del mayor sueño que ha tenido la humanidad.

Porque aquellos niños de entonces, amanecidos a un mundo destruido por una guerra civil de ensaño, la nuestra, antesala de la mayor guerra que uno se pueda imaginar, necesitábamos creer en algo, necesitábamos soñar. Y qué mejor que ir a recoger el musgo por los campos para alfombrar aquel escenario que representaba la llegada de algo nuevo, algo inocente, algo imposible pero maravilloso y al alcance, algo por primera vez, nuestro.
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