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Detrás de mi ventana

24/04/2020
 Actualizado a 24/04/2020
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No sé si por suerte o por desgracia, tengo en mi casa una mesa en la que hacía la continuación ocasional de mi trabajo diario (cosas que les pasan a los autónomos). Allí tengo un portátil, teléfono, discos compactos, caja de acuarela, papeles y librería al margen. Un buen montón cosas que usaba para enredar (leonesa palabra que define muy bien la situación) en ratos ociosos o simplemente porque sí, que no todo iba a ser ‘trabajo’.

Hoy, por obra y gracia de esta tardía pero también precipitada cuarentena (tardía porque tuvo que hacerse antes y precipitada porque se hizo a martillazos), resulta que esta mesa se ha convertido en el eje de mi vida diaria.

De pronto me he encontrado con un tiempo muerto para hacer cosas que siempre dejé para «más adelante», porque, también siempre, había algo más importante.

Así que, además de escribir cada quince días esta columna y atender a la sugerencia del director de proponer algo para hacer en este tiempo, me he encontrado con que ya, al fin, podía ‘limpiar’ el ordenador (también el WhatsApp, que es una catarata de vídeos, noticias y chuflas, incluso con las últimas limitaciones a los envíos), tarea a la que me he puesto en cuerpo y alma. Con resultados sorprendentes, por cierto.

De pronto me he encontrado un buen montón de pequeños vídeos y reportajes fotográficos de hace diez y más años, de aquellos que se enviaban por e-mail, con cosas tan chuscas como las primeras fotografías a color realmente buenas realizadas por Sergei Mikhailovich Prokudin, fotógrafo del Zar que utilizaba una triple cámara con unos resultados espectaculares o un pequeño corto de 1920 ‘Dinner for One’, un delicioso vodevil de Freddie Frinton y May Warden, muy poco conocido por aquí, pero que es un clásico que proyecta en Nochevieja todas las televisiones centroeuropeas.

También unos recortes de películas como el baile de Fred Astaire y Eleanor Powell con la música de ‘Begin the begin’, filmada de un tirón, sin cortes de planos ni nada que se le parezca y sin un fallo (eran otros tiempos sin trampa ni cartón).

Y más y más, un auténtico baúl de los recuerdos, de tan solo una decena de años, pero que, vistos aquí y ahora, parecen antediluvianos. Antediluvianos pero muy gratificantes. ¡Qué recuerdos!

Claro, también montones de restos de serie, trozos de informes, planos a medias, correspondencia, fotos propias, fotos ajenas, vídeos de viajes, incluso amenazadoras misivas administrativas. De todo como en botica. Recuerdos y más recuerdos… y unos cuantos gigabytes a la papelera de reciclaje.

Y si se trata de papelera, qué decir del WhatsApp. Ya lo comentaba antes: es una catarata de vídeos, memes, comentarios, bulos, informaciones… de todo, que también hay que purgar, so pena del colapso de la memoria del teléfono. Y mira, en este tema he tomado una decisión.

Como de ésta hemos de salir, eso sí, dejando un montón de pelos en la gatera, y como me niego a guardar un mal recuerdo, he decidido hacer un archivo aparte en el ordenador, guardando solamente aquellos envíos, sean fotos, memes o vídeos, que valgan la pena y que en absoluto mencionen nada, ni de lejos, de toda esta triste y acongojante realidad. Vídeos como el ‘Resistiré’, la muiñeira de Chantada, esquí en la habitación o la ruta del Cares de NODO.

Me doy cuenta ahora que estoy mencionando envíos que he recibido, y compartido, pero que, quizás, muy probablemente, solamente yo conozco y es como si estuviera hablando (escribiendo) en sánscrito. Pero bueno, me perdonarás amigo lector, porque es licencia justificada en estos tiempos de soledad y aparcamiento, y seguro que me entiendes.

Pero insisto. Me niego a recordar lo malo.

También, de vez en cuando algún dibujo, bastante lectura, en pantalla y en papel.

Y todo esto en mi mesa que, mire usted por dónde, y no fue en su día intencionado, la tengo justo delante y pegada… a una ventana.

Por cierto que en la barandilla del balcón sobre la que da, y desde hace unos cuantos días, dos palomas, mejor dicho, una paloma y un palomo, ajenas al mundo en que están, andan dándose el pico, a más de una buena cantidad de arrumacos. Un cortejo largo que por ahora no termina de culminar.

Y es que, está claro, la vida sigue, aunque nos parezca un horror. Al menos las palomas son felices.

Por cierto. Hay que ver lo que da de sí una ventana. No solamente es la conexión con el exterior, sino también la barrera, transparente a Dios gracias, de este mundo cerrado.
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