26/01/2015
 Actualizado a 11/09/2019
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Los poetas en general, y en especial los poetas mayores (viejos), suelen devenir en oráculos de la tribu. Proclaman la verdad más honda y advierten de los peligros. ¿Agoreros? No: sabios. Y, perdida toda precaución, sueltan su lengua. Así ha ocurrido con uno de los grandes (excelsos) poetas catalanes, vivo, de nombre Joan Margarit que, con motivo de la aparición de su último libro ‘Desde dónde volver a amar’ se despacha ‘a modo’ contra los suyos propios y contra la capital de la Catalonia de los ensueños nacionalistas: «Mis políticos no son mejores que los de Madrid» escribe, y describe a Barcelona como «Desolada ciudad que haces de ramera».

Sostiene el poeta que son la infancia y la vejez los mejores momentos para la clarividencia, especialmente si se consigue llegar a viejo con cultura y buena fe, que son las bases de la sapiencia. Se guarda de la gente propia, adicta a la autocomplacencia: «Empiezas diciendo que has salvado la lengua y eso te puede llevar a un idealismo muy nocivo, a acabar diciendo que es la más maravillosa». No cabe mayor autodisciplina mental y más clara visión de hasta dónde llega la excelencia de cada uno.

Las ciudades no tienen responsabilidades, pero los políticos y los poetas especialmente los jóvenes y los viejos, sí las tienen; porque aunque se acostumbra a relegar a la poesía a puestos decorativos y a los poetas se les exhibe como floreros, (los que se dejan), con pocos personajessuele ser el tiempo (el paso del mismo) tan considerado como con ellos cuando han permanecido íntegros. Como ocurrió con nuestro amigo ‘claraboyo’ Agustín Delgado, qepd, cuando tuvo que asumir la responsabilidad de ponerles el espejo delante a sus paisanos, y les dijo: «Miserables hermanos, que quitáis con los ojos lo que dais con las manos». De esa forma se refería a los ‘capitostes’ de aquella ‘ciudad raposa’ que era aquel León de la posguerra, cuando el poeta se encontraba aún en la dulce edad de la inocencia que, como Margarit asevera, es uno de los dos momentos adecuados para dirigir sus dardos contra todo lo que se ama.

Desolada ciudad aquella que no escucha a sus probos y bienintencionados augures, y tan solo tiene en cuenta las voces de los salva patrias y aduladores. Empiezas propagando que tu ciudad es la mejor de todas, con Santo Grial y todo, y acabas proclamando que todas las demás no existen. Comienzas asegurando que la Pulcra Leonina es la catedral más excelsa del mundo cristiano y terminas por dejarla caer a trozos.
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