10/05/2020
 Actualizado a 10/05/2020
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Desde que ayer lo publicó el Boletín Oficial de Estado, la provincia de León está oficialmente desfasada. Era algo que venían denunciando desde hace tiempo todos los leonesistas y casi todos los indicadores económicos, aunque lo negaran los grandes partidos aludiendo a nuestros complejos provincianos, pero ahora lo pone el BOE, esa publicación que llegó a ser casi sagrada y que últimamente acumula más borrones que un digital en descarnada batalla por el clic. León se queda desfasado o, lo que es lo mismo, se queda como estaba.

El resultado es que, en la calle, la gente está que muerde. Se dispara el número de policías de balcón y en los pueblos se organiza una red de centinelas perfectamente estructurada, al modo de un CNI rural. La cosa, además, se va a complicar a partir de mañana. Llegarán imágenes de asturianos escanciando al otro lado del puerto, gallegos tomando pulpo junto al mar, cantabrucos con sus rabas y sus anchoas y hasta es probable que todos ellos disfruten del sol para completar un panorama que, visto desde aquí, resultará desolador. Por la fecha, la situación recordará a aquellas épocas de exámenes en las que cualquier plan sonaba mejor que clavar los codos, incluso empacar, ordenar los tomos de una enciclopedia también desfasada o ver un partido de treintaidosavos de final de Roland Garros entre dos tenistas desconocidos.

Siempre, todo, podría ser peor: podría llegar la desescalada a Valladolid y no a León. El virus del centralismo. Puf. Los hospitales leoneses se volverían desbordar ante la propagación de súbitos ataques de cólera. El debate autonómico (¿León solo?) se mezcla con el debate sanitario (¿no teníamos el mejor sistema del mundo?), con el debate político (¿no sabían lo que votaban?), con el debate internacional (¿por qué invertir en armamento si lo que necesitamos es investigación científica?), con el debate climático (¿qué fue de los que le declaraban la guerra al plástico ahora que medio mundo fabrica guantes y mascarillas?), con el debate de género (¿ya nadie pide que se diga «y contagiadas»?) y corremos grave riesgo de terminar vomitando cifras, que no sólo dependen del color del cristal con que se miren sino que, además, resulta obvio que las carga el diablo.

León entra oficialmente en desafase y el único motivo para la esperanza es que aquí no tenemos tejido industrial que destruir. Los bares eran nuestro principal patrimonio. ¿Cuántas tapas habrán quedado sin servir? Nostalgia de la fritanga. Con las restricciones pasa como con la PAC o las directrices de ordenación del territorio: se nota que están pensadas desde algún remoto despacho. Lo de no formar grupos durante el paseo se entiende en Madrid o en Nueva York, pero en León das dos pasos y te encuentras con un conocido al que llevas dos meses sin ver, y hasta a los más cazurros les parece demasiado rancio arquear las cejas por encima de la mascarilla, lo que en otra época se consideraría un saludo auténticamente leonés. ¿Y qué decir de las terrazas, anunciadas como la salvación del sector de la hostelería? Con tanto debate, se nos olvida el clima y la cantidad de tiempo que se realmente se pueden usar en esta provincia. Visto el recelo que despiertan Fernando Simón y su desfase de cifras entre la derecha, para no herir susceptibilidades quizá fuera mejor que las siguientes fases de la desescalada se anunciasen en el pronóstico meteorológico, que empieza a ser lo único que nos queda por politizar.

El desfase de la provincia de León hacia la nueva normalidad se suma a su desfase acumulado, y de la cuenta sólo puede salir un resultado necesariamente negativo. Pensionistas y funcionarios tendrán que salir una vez más al rescate, como ya hicieron en las anteriores crisis, cuando desfase era un sinónimo de exceso de diversión.
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