Secundino Llorente

Desescalada ejemplar

30/04/2020
 Actualizado a 30/04/2020
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Desde hace ocho años la Fundación del Español Urgente, promovida por la Agencia Efe y BBVA, elige la palabra más destacada del año: escrache en 2013, selfi en 2014, refugiado en 2015, populismo en 2016, aporofobia en 2017, microplástico en 2018 y emoticonos en 2019. Mi apuesta para 2020, por delante de coronavirus o covid, es ‘desescalada’. Va a tener el honor de su creación el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, al utilizarla el 4 de abril para referirse al plan destinado a eliminar progresivamente las medidas de confinamiento establecidas para combatir la pandemia actual.

El Diccionario de la Real Academia de la Lengua define el sustantivo escalada como «subida por una pendiente o a una gran altura» y «aumento rápido y por lo general alarmante de algo, como los precios, los actos delictivos, los gastos, los armamentos, etc.» Como opuesto a escalada teníamos que inventar un sustantivo derivado y este ha sido nuestra palabra de moda ‘desescalada’. En alpinismo para ascender a una cima es necesario un gran esfuerzo y tensar la cuerda, mientras que para el descenso el esfuerzo es menor y consiste en ir aflojando poco a poco esa cuerda. En el confinamiento actual se ha dado una escalada como aumento de tensión para encerrarnos a todos en casa y ahora ‘toca’ empezar la fase opuesta de reducir, disminuir o rebajar la presión y a esto le hemos dado el neologismo, ya aceptado por la Real Academia, de ‘desescalada’. Está en boca de todos. Encabeza los titulares de todos los periódicos. Abre las noticias de todos los telediarios. Después de estar encerrados siete semanas, la nueva palabra está llena de connotaciones positivas como vuelta a la normalidad y rescate de nuestra vida anterior. A mí me suena a “libertad”.

Este vocablo nuevo viene lleno de incertidumbres y dudas: ¿Por quién o por dónde empezarán? ¿Cuándo llegará? y ¿Cómo se llevarla a cabo? Será la vicepresidenta del Gobierno para la Transición Ecológica, Teresa Ribera, la encargada de gestionar el proceso, asesorada por un equipo de técnicos de todos los ministerios y comunidades autónomas y de expertos, incluidos epidemiólogos y economistas. Te deseamos mucha suerte, Teresa, ya hemos sufrido suficientes errores en la fase anterior y esperamos que ahora los técnicos acierten y prevalezcan sus decisiones. La desescalada, como advierten los alpinistas, exige menos esfuerzo, pero suele ser más peligrosa que la escalada. Corremos el riesgo de caer de nuevo en el contagio masivo con consecuencias aún peores que las que ya hemos vivido.

Para empezar, yo distinguiría tres posturas diferentes ante la pandemia capitaneadas por tres grandes sectores en la población: Los menores de 35 años llevan la pancarta de la ‘economía’ y no están preocupados por el contagio ya que para ellos viene a ser una simple gripe y lo que realmente les mete miedo es cómo va a quedar la economía si esto se alarga demasiado y las consecuencias que acarreará para acceder a un puesto de trabajo. Su deseo es desescalar ‘ya’ y normalizar la situación lo más pronto posible. Los de 35 a 65 años están indecisos porque les preocupa mucho la situación económica pero tampoco están exentos del contagio y los problemas de salud. Son los más neutrales y ecuánimes en esta carrera del desconfinamiento. Por último, los mayores de 65 años llevan la pancarta de que ‘lo primero es la salud’. Son los jubilados que, más o menos, cuentan con salud y una cierta estabilidad económica, pero son muy vulnerables a este virus que está arrasando, como dan fe las terribles listas de fallecidos. Estos, por supuesto, piden una desescalada lenta y segura porque lo esencial es la salud.

El mundo rural y la España vaciada, que tantas carencias ofrece, ahora parecen ser los privilegiados para comenzar la transición a la normalidad. En este sentido abogaba el presidente de Castilla y León en la videoconferencia del domingo a Pedro Sánchez: «es injusto penalizar al mundo rural por los contagios del mundo urbano».

La Comisión Europea formada por el Centro Europeo para la Prevención y el Control de las Enfermedades, el Grupo Asesor de la Comisión sobre el Covid-19 y la Organización Mundial de la Salud (OMS) ha dado una hoja de ruta con tres condiciones antes de levantar las medidas de confinamiento: un gran descenso de contagios, recursos sanitarios suficientes y capacidad de monitorizar la situación con test en la población a gran escala. Parece que ya empezamos a reunir esas condiciones. Lo que se desprende de las palabras del Presidente de Gobierno ayer, al finalizar el consejo de ministros, es que vamos a empezar la transición a la nueva normalidad y, si bien el estado de alarma se aplicó a todo el territorio nacional a la vez, la desescalada será asimétrica y diferenciada. El plan para el desconfinamiento tendrá que ser gradual. Empezará el 11 de mayo y contará con cuatro fases de dos semanas cada una, hasta finales de junio. La unidad de aplicación no serán las comunidades autónomas sino las provincias o islas, de manera que cada una de ellas puede avanzar a distinto ritmo y pasar de una fase a otra en función de cómo se cumplan los marcadores. Los científicos y expertos seguirán muy de cerca la evolución y si se observasen retrocesos en algún territorio, se revisarían las decisiones y se reaccionaría en términos tanto positivos como negativos.

Tengo miedo. Tenemos miedo a que algo nos salga mal en esta segunda etapa y que volvamos a la situación de la primera. Sería terrible. Dios quiera que todos colaboremos en este intento. Me uno a las palabras de Pedro Sánchez el sábado pasado: «Las reglas serán iguales para todos, pero los tiempos y resultados serán diferentes en cada autonomía y, consiguientemente, se irá avanzando en la puesta en marcha de medidas de forma ‘asimétrica’. Pese a esto, el final sí será único. Entramos juntos y saldremos juntos como país’. Ojalá sea así y consigamos una ‘desescalada ejemplar’.
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