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Desde Oporto con amor

07/09/2019
 Actualizado a 19/09/2019
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Cualquier ciudad puede ser el cielo o el infierno. Todo depende de las circunstancias y la mirada que ejercemos sobre ella. No es lo mismo visitar Florencia en primavera, 23 grados, cielo despejado, brisa tenue, Arno tranquilo y un gelato de frambuesa esperando en la terraza, que ir en enero y encontrarse ante el Palazzo Vecchio a tres grados bajo cero, con una ventisca infernal amenazando tu cabeza; en vez de gelato sólo puedes aferrarte a un chocolate en vaso de cartón acorde al temporal. Claro que, bien pensado, un chocolate tiene su encanto y en Florencia más. Por supuesto, la compañía lo cambia todo. Aún en circunstancias climatológicas adversas, no es lo mismo viajar con un amante que hacerlo con un exmarido malvado.

Lo que no pueden negarme es que el cine y la literatura, el arte en general, han influido mucho en nuestro modo de ver el mundo. Después de Woody Allen Manhattan ya no será nunca un espacio objetivo. Casablanca en realidad es París y Roma siempre sonará a vacaciones desde que Audrey Hepburn y Gregory Peck se enamorasen ante la Bocca della Verità.

‘París, je t’aime’, sobre todo en primavera y Nueva York, eres un milagro dorado en otoño. Más que ciudades, París y Nueva York son mitos que pertenecen a una memoria colectiva, existan físicamente o no. ¿No es posible enamorarse en Minsk? ¿Un espía no es espía, por ejemplo, en Buenos Aires?

Los guionistas deberían ampliar los horizontes de su imaginación. Los clásicos están aquí para recordarlos, para amarlos, pero también para superarlos. Hoy les escribo desde Oporto, una ciudad virgen en historias escritas o filmadas. Les escribo desde un balcón mirando al Duero, hipnotizada por la belleza que me regala cada verano: sus casas de colores, sus gatos, sus tendales, el puente de Eiffel, la librería Lello. Veo mil historias ante mis ojos y todas por contar como lo haría Woody, desde Oporto con amor.
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