10/04/2020
 Actualizado a 10/04/2020
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Y, de pronto la ventana se ha convertido en algo más que un hueco para dar iluminación a las habitaciones.

Dependiendo del sitio o lugar, las ordenanzas lo definen simplemente en función de la superficie de la habitación que iluminan. Así, tendrá una superficie mínima de un décimo de la superficie de la habitación (o un octavo, según el municipio).

Así que ponemos ventanas, a nuestro leal saber y entender, según la orientación, en función de la forma de la habitación, o de la situación respecto a la calle, plaza o jardín a que den.

Luego ya veremos, en función de la calidad del edificio, de qué material es el marco y la hoja. Eso sí, con un buen cristal, porque las ventanas tienen una pérdida de calor muy alto, tan alto que, un metro cuadrado de ventana viene a perder, más o menos, aquí en León, lo mismo que ocho metros cuadrados de pared bien aislada. Y la caloría está muy cara.

Así que eso han sido las ventanas.

Hoy adquieren otro carácter.

Porque, hoy, ahora, en esta situación de encierro en nuestra vivienda, se han convertido en una parte importante de nuestra vida porque son nuestra conexión con el exterior.

Tenemos tiempo de sobra y mirar por la ventana puede ser una manera de pasar ese tiempo.

Además, como las viviendas tienen varias ventanas, pues hasta podemostener diferentes perspectivas.

De las ventanas de la fachada principal, ya sabemos lo que vamos a ver. Calles vacías, como un domingo de agosto a las siete de la mañana. Como las maquetas, mejor aún como los dibujos que se hacen con ordenador. Limpio, quieto, frío, distante.

Lo que se ve en los periódicos, tablets, tv, en todas partes.

Bueno, se puede mirar con más cuidado, y dedicando más atención, hasta nos podemos fijar en detalles a los que antes no prestábamos atención: qué hay en aquel balcón, que plantas tiene el otro o qué trastos han puesto allí. O alguna bandera de España que resiste desde los mundiales de fútbol.

Un entretenimiento. Pero, en realidad, un reflejo de la situación actual.

Pero no solamente hay ventanas en la fachada principal. También están las de la fachada posterior.

Salvo los sectores nuevos, y no siempre, es esta una ciudad de manzanas, con patios cerrados, en ella o en la propia parcela. Claro, las vistas no son muy brillantes, salvo que vivas en un piso alto, que al menos te permite ver el cielo y los tejados. O simplemente en un edificio más alto que los demás.

Y mira que esa visión es más bien fea: montones de tejados, rojos de teja cerámica y grises de uralita, nada de terrazas que con este clima, bueno para los bueyes y algún que otro canónigo que se decía en la posguerra, y medianerías enormes, blancas, resultado del paso por la ciudad de diversas y variadas ordenanzas que permitían, más, muchas más, menos, o muchas menos, plantas en los edificios.

Y unos casetones para los ascensores de horror, una especie de excrecencia antinatura por muy necesaria y permitida que sea. Es algo que he vivido desde que empecé a ejercer como arquitecto. No había manera de hacer un casetón que no fuera de Ladrillo doble hueco, mortero y pintura a la cal. No lo había más barato. Ni lo hay. Y tampoco había manera de hacer otra cosa (salvo contadísimas excepciones), porque el promotor, que generalmente era además el constructor, indefectiblemente decía: «Para qué, si no lo ve nadie».

Y así tenemos la visión de tejados que tenemos.

Pero mira. Hoy, ahora, resulta que me hace sentir añoranza. Porque veo lo que antes veía, tal como era, como si no estuviéramos en lo que estamos, como si no pasara nada, como si, feo y todo, la vida siguiera igual.

No se ven las calles vacías, solamente los tejados de siempre, las chimeneas de siempre, las medianerías de siempre y los casetones de siempre. Como si el tiempo se hubiera detenido.

Quién me lo iba a decir.

Ah! Y, al fondo, como no, aparece, inmutable… la Catedral.
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