noemi4.jpg

Descubrir lo cotidiano

16/03/2019
 Actualizado a 07/09/2019
Guardar
Los árboles frutales suben por las lomas. Tejen la tierra con líneas blancas, como los hilos tirantes de un telar. Son perales en flor. Los reconozco con facilidad, pero me falta vocabulario para lo que tengo delante: ¿cómo se llamará este arbusto y este tipo de suelo?, ¿y aquella pequeña montaña o esta piedra que tengo en la mano? Me siento analfabeta porque no sé los nombres de muchas cosas.

Me los pregunto tal vez porque estoy fuera, en lugares que no conozco. Sin embargo sé que este arbusto y esta piedra los he visto muchas veces, junto a senderos paseados con frecuencia. Entonces no me inquietaba no saber sus nombres y sólo ahora quiero escribirlos en mi libreta. Es como si hubiera descubierto aquí, tan lejos, aquello que por cercanía me resultaba indiferente. Para una miope eso es el colmo de no ver.

Aunque soy curiosa y suelo fijarme en las cosas -también despistada y pasar por alto muchas otras-, cuando voy a un sitio nuevo abro más los ojos. Supongo que nos pasa a todos. A veces lo cotidiano se vuelve invisible. Será para que el cerebro descanse y no tenga tanto trabajo con elementos que desprecia como novedades. «Eso está ahí todos los días, mañana cuando vuelvas no se va a mover», dice el cerebro. Y una sigue caminando a toda prisa en dirección a la biblioteca o el supermercado.

Pero se va a un pueblo o ciudad desconocidos y se visitan sus museos, se pregunta por sus fiestas y sus platos típicos y se recorren todas las calles que crezcan bajo los pies. Las manos se llenan de mapas y folletos. Se sacan fotos a los pórticos románicos de iglesias ignotas y se entra en exposiciones de fotografía y pintura. Se sube a los miradores y se baja a los sótanos pegajosos de los pub recomendados en las guías. Se puede conocer el mundo y desconocer qué hay al lado de casa.

Me recuerda a esa anécdota que Julio Llamazares cuenta de cuando estuvo recopilando información para ‘Las rosas del sur’, su segundo libro sobre las catedrales. En una de las ciudades visitadas, Llamazares se acercó a un hombre y le preguntó si sabía de qué época era la catedral. El hombre le contestó: «Ah, no sé. Yo es que soy de aquí».
Lo más leído