29/07/2015
 Actualizado a 18/09/2019
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A la edad de siete años vi por primera vez unas escaleras mecánicas. Fue en Zaragoza. Tengo memoria de un mundo sin ordenadores, de bibliotecas en las que las referencias de los libros se buscaban en ficheros, por orden alfabético, pasando ficha a ficha con los dedos. Recuerdo, cuando salieron al mercado los teléfonos móviles, que se hablaba de la libertad que daban como una de sus bondades, como reclamo publicitario, como señal de estatus. Sí, el teléfono móvil nos hacía más libres, podíamos hablar con nuestro amor paseando por la orilla del río o subidos a las alturas de la Torre Eiffel.

Ha pasado mucha agua bajo el puente desde entonces y esa libertad que se presumía ha terminado convirtiéndose en una tiranía, como sucede siempre con las libertades cuando no se cuidan, cuando nos corrompemos y no somos aptos para el «vivere libero», que decía Maquiavelo. Todo aquello que prometía libertad, nos tiene rodeados, un asedio brutal ante el que hemos claudicado, sin condiciones, nos rendimos. A todas horas comunicados, conectados, en cualquier momento, sobre todo en los más inoportunos, nos llegan correos electrónicos, mensajes, invitaciones a fiestas, recordatorios de cumpleaños, campañas de firmas para salvar las nubes de Plutón o en defensa de los derechos de quienes padecen alopecia. No podemos escapar, incluso, en su perversidad han inventado hasta un símbolo que revela a la otra parte cuándo, a qué hora hemos leído su mensaje: comillas azules.

La libertad, que no os engañe nadie, hay que ganarla, conquistar cada metro de trinchera. La libertad comienza a ganarse cuando al salir de casa te das cuenta, ya en la esquina, de que has olvidado el móvil y no vuelves por él, cuando se te acaba la batería y no corres riesgo de sufrir un infarto, comienzas a ser libre cuando eres capaz de apagarlo y vivir por unas horas, un día, sin saber nada del mundo. Aprovechad las vacaciones para desconectaros y recordad lo que decía Unamuno: «La mayoría de los políticos viven del engaño y en él quieren mantenernos a todos, sin darse cuenta que no es posible idiotizar a los ciudadanos libres que conservan la cabeza en su sitio y un espíritu crítico, al cual no van a renunciar».

Quizás, cuando vuelva, hablaremos de León. Quién sabe.
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