18/06/2015
 Actualizado a 09/09/2019
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Últimamente he empezado a preocuparme por la poca o nula capacidad de sorpresa ante las nuevas noticias. No sé si será por eso de que la historia se repite y cada vez resulta más previsible o porque el desencanto me va pisando los talones en signo de terrible amenaza. A unos días de que a uno y otro extremo del país los políticos de turno hayan empuñado el bastón de mando con mayor o menor grado de socarronería, a nadie le resulta chocante la capacidad de alguno para cambiar el discurso.

Ya lo venían ensayando desde aquel fatídico 24-M que bien podríamos apodar como Día D, si nos referimos al cambio en las tornas y no precisamente a la preponderancia del más fuerte. A la mayoría le cambió el gesto y otros directamente recibieron un guantazo en los morros que, espero, les haya servido para darse de bruces con la realidad. Y de un día para otro el PSOE con Pedro Sánchez a la cabeza empezó a sentir a los de Pablo Iglesias menos enemigos. Muchos nos llevábamos las manos a la cabeza cuando, incluso antes de la campaña, el chico moreno y con curvas despotricó todo lo que quiso y más contra las nuevas fuerzas de izquierdas dejando claro que los intereses del partido estarían por delante de cualquier aspiración de cambio o progreso social.

Esta semana, el que se ha paseado en pantalón corto por Las Médulas y ha echado bocado a los embutidos de la tierra ha salido en las noticias (ya de traje) explicando que en noviembre no tendrá reparo en aliarse con los ‘radicales’ para derrocar de su trono al señor Rajoy. Alegó al respecto que Podemos ha cambiado su discurso y que ya no hablan de casta. Y llegados a este punto, una que está un poco desengañada de palabras se pregunta si a alguno se le habrá pasado por la cabeza que los que estamos al otro lado escuchando día sí y día también sus gilipolleces tenemos una cosa denominada cerebro y acostumbramos a utilizarlo para pensar.
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