30/12/2021
 Actualizado a 30/12/2021
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Cuando Stalin mandaba un montón, se celebraba una reunión del Politburó en la que se discutía sobre la hambruna que estaba azotando Ucrania. Uno de los miembros expresó su tristeza por los cientos de miles de personas, (se habla de entre 2 y 3 millones), que estaban muriendo. Stalin lo interrumpió y dijo una de sus frases más célebres, que no era original suya, sino que la había cogido prestada de un diplomático francés decimonónico: «Si un hombre muere de hambre, es una tragedia. Si lo hacen millones, es sólo una estadística».

A punto de terminar este año de gracia de 2021, creo que es menester recordar alguna de las cosas que nos han ocurrido. Bien pensado, por mucho que pudiera explayarme escribiendo datos y acontecimientos que han sucedido, al final, todo se reduce al coronavirus. Llevamos casi dos años en los que es la única noticia. No voy a entrar a discutir cuantos compatriotas han muerto en este tiempo. Me da igual que sean verdad las cifras del Gobierno o las del Instituto Nacional de Estadística, porque, al final, todo queda en una fría y anodina estadística. Si has tenido la desgracia de que haya muerto, solo como un perro, en una sala UCI o en una habitación de un hospital, alguien de tu familia, o un amigo, incluso un conocido, entonces sí que has vivido una tragedia.

Y no hablamos de los otros miles de muertos que han sucumbido porque el sistema sanitario colapsó de puro agotamiento del personal, médicos, enfermeras, auxiliares de clínica, porque los políticos, tanto regionales como nacionales, les hicieron trabajar como stajanovistas para frenar la incidencia del puto virus. Un cardiólogo le contó a un amigo común que tenía que seguir las incidencias de sus pacientes por teléfono, porque tenía prohibido verlos en persona. «¡Hombre!, uno lo intenta, pero, para diagnosticar algo, yo necesito ver al paciente, auscultarlo, hacerle un electro... Por teléfono lo único que puedo preguntar es qué tal está, si la patata va muy rápida, cosas de esas. Por supuesto, todos que contestan que están bien, que no notan nada. A la semana, me entero qué está muerto».

La otra cara de la moneda es la de los sanitarios que se rindieron, porque el miedo es libre y normalmente tenemos mucho aprecio al pellejo. En cualquier caso, para nuestra desgracia, hemos dejado de presumir de poseer uno de los mejores sistemas de salud del mundo. Aunque a uno, a un servidor, siempre le seguirá pareciendo excelente, la realidad es que este bicho ha roto todos nuestros esquemas anteriores para darnos de bruces con la triste realidad. Antes de esta película de terror por capítulos, España tenía la segunda esperanza de vida a nivel mundial. Sólo nos superaba Japón, aunque en cinco o seis años les íbamos a pasar por la izquierda. Después de la pandemia, hemos retrocedido hasta la décima o undécima posición en dos años...

Mientras este desastre sucede, todos nuestros políticos, desde los del Gobierno Central a los de la oposición, pasando por todos los reinos de taifas en los que han dividido al Estado, sólo se preocupan de lo que ocurrirá en las próximas elecciones. ¡Cuanto daño hizo ‘El ala oeste de la Casa Blanca’! No voy a entrar a juzgar las meteduras de pata del Gobierno. Todos las conocéis tan bien como yo, pero, que se sepa, y creemos lo que dicen los sondeos de opinión, va a ganar las próximas.

Si este fuera un país serio y tuviéramos una revista de postín como ‘Times’, escogeríamos un personaje del año. Ya que el año pasado no se lo dieron, propongo encarecidamente que el elegido sea Fernando Simón. Sé que apoyaréis por unanimidad. Es imposible y muy injusto que un personaje de esa catadura moral no tenga esta distinción en su currículum. Un tipo que reñía a la gente, echándonos la culpa de todo, que la descalificaba a la menor oportunidad, que cambió su discurso cientos y cientos de veces, que aparecía envuelto en un aura sobrenatural en la pequeña pantalla, que iba de cercano, porque, (ahí le alabo el gusto), nunca se puso una corbata, descarriló en casi todas las medidas que recomendó, mintió a la cara de todos los españoles y apoyó, sin dudar, a un gobierno que, como él, no tenía ni puta idea de lo que estaba pasando, merece ese título como el comer. Los premios, muchas veces son incompresibles; como cuando le dieron a Obama el Nobel de la Paz, siendo como fue el presidente que más bombas arrojó durante su mandato. Pues lo mismo habría que hacer con este aragonés campechano, (como el Rey Emérito, lo mismo), y con una gracia natural que no sabe que hacer con ella.

Lo dicho: mi firma, la primera. Feliz año y no la preparéis pasado mañana, que os reñirán. Salud, anarquía y tres cada día.
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