Imagen Juan María García Campal

¿Desarraigado? No, disperso

08/09/2021
 Actualizado a 08/09/2021
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No sé por qué, pero lejos del tópico miedo a la página en blanco –cuando sienta como temible obligación mi gusto por escribir dejaré de hacerlo– hoy sí he sentido cierto escalofrío al contemplarla, sólo en parte, mirándome desde la pantalla del ordenador, así como que fuese un amor inactivo –ay de aquel que reniegue de esa cierta eternidad que son quienes se ha amado– al que, en el reencuentro, uno sabe que, tras cualquier enunciado que le oiga, lo que en verdad le está escuchando es un, entre apenado o aún dolorido: «¿Y tú qué…?» Es decir, lo mismo que uno le preguntaría, dijese lo que dijese.

Quizá esta fría sensación llegue de la igual pregunta que, hace minutos, me lanzó el calendario de la cocina al recordarme que este miércoles es ocho de septiembre y por lo tanto fiesta de mi Asturias de nacencia, educación y trabajo –ahora de íntimo retiro– hasta mi venida hace 41 años –«pasa la vida, pasa la vida», que cantaba Pata Negra– a este León de amores, trabajo, vivencias y jubiloso pensionado.

O acaso, más que llegar de la pregunta en sí, me haya llegado como repentina corriente de aire, en parte paralizante, por mi falta de emotiva reacción ante día tan señalado para la asturianía.

Mas lo cierto es que no hay fecha, bandera, himno o simbología de patria alguna (mayor o chica) que me conmueva y aún menos que me exalte, con que me sienta identificado.

Tengo al lugar de nacimiento, como a este en sí, por mero hecho accidental e involuntario y a los territorios de vivencia por puramente circunstanciales. Son tantos, aun mi pereza viajera, los lugares donde me sentí agradecido a la existencia, donde junto a otras personas escuché el silencioso palpitar de la vida, de todas sus inmensas –tantas injustas– posibilidades que, si no fuera por clara conciencia del mundo, escribiría «donde fui feliz».

Por eso –ahora que busco abrigo para este, ya menos violento, frío– los paisajes son sólo fondo de los rostros con nombre propio (desde los de los ancestros hasta los de quienes hoy me habitan) que, en vario lugar y circunstancia, me ayudaron y auxilian a transformar aquel chinarro entre aguzado y afilado que fui en este, aún tan mejorable, canto rodado.

Sí, sin duda, si al cerrar vital balance me preguntasen: «¿de dónde eres?, ¿de dónde vienes?», yo, con enseñanza de Casaldáliga, «…sin decir nada,/ abriré el corazón lleno de nombres».

No, no soy un desarraigado. Soy y estoy disperso. Tanto como esos rostros, esos nombres, mis mayores y chicas patrias.

¡Salud!, y buena semana hagamos y tengamos.
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