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Democracia y demofilia

21/03/2021
 Actualizado a 21/03/2021
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Se anda en la discordia de si en España existe en la actualidad una verdadera democracia o estamos a cierta distancia de ella, a juzgar por lo que afirman determinadas formaciones políticas en la aplicación del concepto. Mas concordancia hay en la dictadura o nula tolerancia hacia el pluralismo político. La democracia, después de tanto ser invocada y vanagloriada –aunque también vilipendiada por fascistas, nazis y comunistas como un régimen caduco ya trasnochado–, se está polarizando en virtud de los que están a su favor y los que la critican, afortunadamente por ahora los menos. A un servidor tan solo se le ocurre que nada es perfecto y que todo tiene sus limitaciones. Probablemente España no sea la nación más modélica en el ejercicio democrático, debido a que lo que se practica a veces como tal no es muy diferente del despotismo ilustrado: «Todo para el pueblo, pero sin el pueblo». Dos siglos más tarde de esta conocida frase del XVIII, Sir Winston Churchil afirmó que «La democracia es el peor sistema de gobierno diseñado por el hombre, con excepción de todos los demás».

Los pedagogos del franquismo, esos sí que sabían muy bien lo que era la democracia, aunque no querían saber nada de ella. Así lo expresa uno de sus más conspicuos pedagogos, escondido tras las siglas H.S.R., en el título, ilustrado con toda la simbología falangista por Fernando Marco, ‘Así quiero ser (El niño del nuevo Estado)’, Ed. Hijos de Santiago Rodríguez, Burgos, 1940.

El autor establece una distinción muy clara entre ‘demofilia’ y ‘democracia’: «Los demófilos son los amantes del pueblo, mientras que los demócratas son los partidarios de que sea el pueblo el que gobierne. Se puede ser demófilo y no ser demócrata; es decir, se puede amar al pueblo y no ser partidario de que estén en sus manos las altas jerarquías del mundo de la nación. ¿Por qué? Pues, porque el pueblo no está preparado para desempeñarlas. Hay quien sabe montar un Ministerio y no sabe montar un reloj. Y existen infinidad de personas que saben montar un reloj y no sabrían montar un Ministerio. Nunca se sabe una cosa sin haberla aprobado antes.

»Encomendar al pueblo, que no ha estudiado y aprendido el difícil arte de gobernar, la responsabilidad de dirigir un Estado, es una insensatez o una maldad. Quien ame de veras al pueblo no echará sobre sus espaldas esa carga con la que no puede.

»No debemos ser demócratas, sino demófilos, y por eso debe gobernar la nación quien más valga, y el que más vale es el que se impone por su sabiduría y por sus virtudes.

»Para regir una nación están preparados muy pocos. Dirigir bien una familia no es fácil; dirigir una fábrica o una empresa es más difícil todavía. Para dirigir una nación aun se necesitan conciencias superiores».

De este modo se aleccionaba al niño en la Formación del Espíritu Nacional al término de la Guerra Civil, la más incivil de nuestra historia. No obstante, el niño español en edad escolar era por entonces el más protegido del mundo. Tenía, además del posible padre putativo, a sus padres biológicos, que lo alimentaban merced a una cartilla de racionamiento; a su padre espiritual en la catequesis y el confesionario, que lo liberaban del demonio, del mundo y de la carne; al padrecito o paternalismo de ‘su Excelencia Superlativa’, que lo protegía contra los enemigos de la Patria, especialmente de comunistas, ateos, judíos y masones; y, por encima de todos, tenía a través del rezo a Dios, a la Virgen y a todos los Santos, para gozar de todo lo que pidiese. ¿Hay mayor garantía patriótica y celestial?


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