23/02/2021
 Actualizado a 23/02/2021
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Cuando un Estado está gobernado por un Gobierno que negocia con aquellos que desean su destrucción e independencia, cuando alguien que ha fracasado en la gestión de una pandemia sanitaria de dimensiones colosales y dice que no se arrepiente de nada y que haría lo mismo si sucediera otra vez y a su sucesor le dice que disfrute de su misión, cuando se miente sistemáticamente a los ciudadanos un día y otro y se aprovecha el momento para reformar a gusto de la ideología propia una Constitución consensuada y votada por el pueblo, se paraliza el engranaje político nacional sin que haya explicaciones y se encierra en el bunker sin pisar los lugares conflictivos ni dar explicaciones al pueblo, hay que decir como los astronautas:¡Houston, tenemos un problema! Porque es necesario explicarle al pueblo que, efectivamente, contemplamos un país que anda como pollo sin cabeza y contempla cómo hay diecisiete minigobiernos huérfanos y anárquicos, desasistidos ante un enemigo pequeñito pero matón que deteriora y siega la vida humana sin compasión y con eficacia.

En Holanda dimite todo un gobierno y su presidente sin pestañear, aquí no dimite ni el tato.

Parece que ha pasado mucho tiempo desde el momento en que una generación de personas razonables se dio cuenta de que había que abrir la nación al mundo y dejar que las ventanas y puertas de la casa común dejaran pasar los vientos de la santa democracia.

Unos y otro, enfrentados en una de las guerras más terribles de nuestra historia enterraron el hacha de guerra y se pusieron a razonar, consensuar y dirimir en la palestra de la política constructiva una nueva Constitución que amparaba los derechos de todos, se dejaban aparcadas las importantes heridas y reyertas graves que separaron hermanos y se inició un período que fue la admiración del mundo entero.

Durante un tiempo parecía que la sensatez se imponía y España comenzaba a escribir unas nuevas páginas de prosperidad, unidad y entendimiento entre todos.

Pero, y aquí surgió el inmenso boquete que se ha abierto en nuestro pueblo querido, comenzó la partitocracia, la burocracia excesiva, la descentralización desbocada y egoísta, la corrupción política en grados no conocidos, la circulación de noticias falsas, la manipulación de los medios de comunicación, la judialización de la política, la lentitud de la administración de justicia, las reformas que no llegan, la ocupación del poder por irresponsables de la política, los consensos contra natura, el ataque a la unidad de la Nación, la vejación de los símbolos nacionales, la agitación separatista, el deterioro de las relaciones entre los ciudadanos, los ataques a la libertad de expresión, la libertad religiosa y la libertad de conciencia y la resurrección de los viejos enfrentamientos agitando las banderas del odio, la venganza y las historias lamentables de épocas pasadas de ambos bandos siempre con un origen sectario y de venganza.

Por supuesto que este panorama descrito propicia el nacimiento de los llamados populismos extremistas que sólo entienden de enfrentamientos y no de consensos constructivos, serios y respetuosos, para que en momentos tan graves como los que vivimos, solucionen las discrepancias.

Todo un despropósito que aconseja a los ciudadanos dejarnos de historias para no dormir y exijamos que desde todos los ámbitos suenen repiques de campana para que se inicie un movimiento de defensa de la democracia y reforma de la vida democrática de nuestra nación, con los cambios esenciales y urgentes que nos lleven a disfrutar de unas vías legislativas, ejecutivas y jurídicas que no permitan veleidades absurdas y que ayuden a que los más preparados accedan al servicio público que es el ejercicio de políticas que coloquen a nuestra nación entre las que hagan de la convivencia, la justicia social y el progreso las metas que nos lleven a disfrutar de una vida sin sobresaltos inútiles y torticeros y donde aquellos que ejercen el poder sin conocimientos e intenciones aviesas dimitan de forma fulminante.
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