Demasiada hambre

La FAO acaba de publicar su informe sobre el hambre en el mundo y concluye que el pasado año se encontraron en esta situación 690 millones de personas, lo que equivale al 8,9 por ciento de la población mundial. Es evidente que solucionar este problema no es tarea fácil, pues para que no haya hambre no basta con que haya alimentos suficientes para todos, es necesario además que lleguen a esos más necesitados que no tienen con qué pagarlos. Lo que parece una evidencia es que hay capacidad para producir más, que se necesita, sin que ello suponga alterar los ecosistemas deforestando parte del planeta o acometiendo costosos proyectos de ingeniería para poner en valor terrenos que hoy son marginales. Esta mayor producción se consigue con políticas que no desincentiven la inversión y la iniciativa privada, y se consiguen aplicando la tecnología que hoy está al alcance del sector primario. En política agria, las pautas mundiales las marca Europa con la PAC, Estados Unidos con la ‘Farm Bill’, algunos países ricos como Canadá y Japón con su propia estrategia de apoyos al campo, y en la órbita de los países emergentes con peso agrícola, utilizando a conveniencia los aranceles. Respecto a la tecnología, el mundo va a dos velocidades: la de los países que utilizan los cultivos transgénicos, y la de los países que los tienen vetados por razones ideológicas. Además, la guerra que se ha declarado al uso de pesticidas que tiene por finalidad controlar las malas hierbas, de plaguicidas que ponen a raya plagas y enfermedades de las plantas, y al uso de antibióticos en la producción animal para preservar la salud de la cabaña ganadera, están dando pasos hacia atrás en esa escalada de producir cada vez más y a menores costes. Porque la cuestión es que, para que desaparezca el hambre en el mundo, tenemos que producir alimentos para todos pensados para el bolsillo de todos, en definitiva, alimentos abundantes, de calidad y baratos. Esto, en las condiciones actuales, es como buscar la cuadratura del círculo.