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Del ‘procés’ al proceso

31/10/2018
 Actualizado a 10/09/2019
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El separatismo catalán nunca ha sido un problema catalán, sino de España. Ha sido –y es– un error decisivo analizarlo y circunscribirlo a Cataluña, porque esto supone, de entrada, aceptar algo inaceptable: la existencia de una Cataluña como realidad separada, diferenciada y diferente de la realidad de España. Ni existe ni ha existido nunca esa dualidad Cataluña/España que se ha instalado en la mente de casi todos.

Pero, además, es un error porque todo lo que pasa en Cataluña repercute en el resto de España, y al revés, todo lo que pasa en el resto de España explica lo que sucede hoy en Cataluña. Si esto ha sido así desde el Imperio Romano (en que ni existía Cataluña ni España), mucho más desde 1714, y no digamos desde que Franco entró triunfante en Barcelona. Lo que sí puede comprobarse, al menos desde el siglo XVIII, es que la burguesía catalana ha logrado algo verdaderamente insólito: mezclarse con toda la burguesía y oligarquía española al mismo tiempo que mantenía su sentido de posesión y dominio sobre un territorio, Cataluña.

Si la oligarquía y burguesía catalana ha logrado siempre obtener privilegios «internos» (exenciones, aranceles, inversiones, industrialización, etc.) ha sido por tener, al mismo tiempo, un gran poder e influencia en España. Basta revisar la presencia de catalanes en todos los gobiernos e instituciones franquistas, por referirnos al periodo más reciente. Pero ha sido sobre todo durante la democracia cuando este poder catalán ha llegado a ser determinante del rumbo de España. Nunca ha estado más cerca de lograr su objetivo último: disolver la realidad de España en un conglomerado de «naciones» más o menos «federadas» sobre las que Cataluña ejercería su indiscutible hegemonía.

Esto no es un delirio ni fruto de una pesadilla: nunca ha estado España más cerca de desaparecer como nación. No es una hipótesis de futuro, sino un proyecto ya iniciado y bastante avanzado. Porque ya hemos pasado del «‘procés’ secesionista» de Cataluña al «proceso disgregador» de España. O lo que es lo mismo: del golpe de Estado en Cataluña, al golpe de Estado en España.

«Golpe» es hoy una palabra equívoca, porque alude a un momento inicial brusco, concentrado y, por lo mismo, transitorio, que solo tiene dos posibilidades: el triunfo o el fracaso. Si mantenemos hoy la palabra es para destacar lo principal: la voluntad clara de cambiar radicalmente el orden político establecido para imponer otro. Históricamente esto siempre se ha llevado a cabo con violencia, de modo rápido y cruento. Hoy estamos asistiendo a otro tipo de golpe de Estado, violento (hay muchas formas de violencia) pero no cruento, silencioso, continuado. No un «golpe», sino sucesivos «golpes»: proceso. No llevado a cabo sólo en Cataluña por los separatistas supremacistas, sino en toda España por los «plurinacionalistas federalistas».

Ante este negro panorama, la pregunta más importante es: ¿cómo hemos llegado hasta aquí? Hay muchas explicaciones, pero yo voy a esbozar una: por la enorme influencia del «poder catalán» en el diseño y evolución de nuestra democracia desde el minuto cero (e incluso antes). El proyecto estratégico disgregador de ese poder encontró enseguida un personaje excepcional, quiero decir excepcionalmente dotado para urdir un entramado corrupto de intereses, favores, cesiones, apoyos, silencios y engaños. Me refiero a Jordi Pujol, el personaje más importante de cuanto ha ocurrido en España en los últimos 40 años.

Pujol fue capaz de «corromper», no sólo a Felipe González y Aznar, sino a todos los poderes del Estado, empezando por la monarquía. Partiendo de un momento especialmente difícil, confuso y turbulento (franquistas, militares, ETA...), Pujol logró erigirse en el elemento estabilizador decisivo del inestable equilibrio político y, a partir de ahí, maniobró, sobornó, engañó, amenazó... Logró que todos quedaran, de un modo u otro, atrapados en su red, mediante un arma fundamental: el espionaje, los dosieres, las grabaciones. Montó un poderoso sistema de inteligencia a su servicio, después de lograr desmantelar el Cesid en Cataluña. ¿Se acuerdan de aquello de «cauran tots», ¡caerán todos, todos, no uno de aquí y otro de allá, sino todos..! Caerá el árbol entero, amenazó enfurecido en el Parlamento catalán en septiembre de 2014. Desde entonces, silencio, impunidad.

¿Cómo entender que nadie de la familia Pujol, a pesar de estar todos inculpados, haya pisado todavía la cárcel? ¿Cómo entender los silencios de Aznar y Felipe González, desde el escándalo de Banca Catalana a los pactos de Majestic? ¿Cómo entender que los poderes fácticos, empresarios...? Pujol ha conseguido que la corrupción se haya convertido en secreto de Estado. ¿Hasta cuándo?
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