Imagen Juan María García Campal

Del ministro y mi caridad

19/08/2015
 Actualizado a 19/09/2019
Guardar
Esperé con fe –democrática– y esperanza –ciudadana– a que las revelaciones –no las que suponen manifestación divina– del Ministro del Interior sobre su reunión con Rodrigo Rato, de todos conocido por sus cargos y presunciones, me llevasen a la caridad de estimar al gobierno tanto como a mí mismo y a que me alejasen de la animadversión a la que me conduce su continuo hacer y dejar hacer –ay, ese neoliberalismo que los carcome– a lo más despreciable de una sociedad que se quiere democrática –cargos públicos que esquilman lo público, de todos, para el propio e ilícito beneficio–. Digo esperé, pues mis exigidas actitudes se fueron diluyendo según escuchaba la repetitiva intervención de la autoridad política, legal y administrativa, más bien basada en la continua repetición de un explicación increíble –milonga, creo que la llamó algún diputado– como para milagrearla verosímil. Arguyó el Ministro el carácter de no secreta de la reunión y su ejecución con luz y taquígrafos. Creo lo de la luz, un viejo conocimiento nunca da para tanto como para poder excluir los gestos del otro, pero su agenda no es publicada, aunque enlace tenga en la web ministerial y de taquígrafos ni signo.

A lo peor ya Rodrigo Rato había afirmado: «Hablamos de todo lo que me está pasando. Le conté mi versión…» y a mayor prueba, a posteriori, la Asociación Unificada de la Guardia Civil, institución ésta más valorada por los españoles, le recordó al ministro que «no constan denuncias de Rodrigo Rato sobre amenazas». No se le ve muy preocupado por su seguridad al presunto. Como tituló un periódico asturiano (LNE): «El Ministro del Interior, con el agua al cuello, Rato nada».

Ser español, en estos tiempos de sinvergüencería, no es de las azarosas circunstancias –a uno le nacen, no elige donde– que más ayudan a mantener la mesura en el ejercicio de ser un ciudadano perteneciente a un Estado que, recuerdo, quisimos, proclamamos y no renunciamos: social y democrático de Derecho. Ver cómo dirigencias de diverso ámbito geográfico y varia competencia política y social no son más que descarados y tremendos consentidores de indecencias y turbios intereses particularísimos –eso sí, conste, que presuntamente, pero con tendencia a la eternidad– hace harto difícil mantenerse en el que uno cree su lugar y actitud y no dar rienda suelta a los caballos de lo irracional. Presente e historia patria, la verdad, no son como para estar orgulloso, tal reza el eslogan político y tribal, de ser español. ¡Rarezas mías!
Lo más leído