18/12/2015
 Actualizado a 17/09/2019
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A la Deportiva le va a venir bien caer en Copa. Puede parecer ventajista -lo es- pero lo cierto es que al margen de sumar otro hito a la nonagenaria historia del club, volver a jugar cada siete días y centrar los esfuerzos en una sola competición va a ser positivo.

Y es que por mucho que esta temporada los blanquiazules puedan presumir de contar con la mejor plantilla de su historia, la fortaleza física no es una de sus virtudes, y con el eje de la zaga y la medular bajo mínimos, tratar de afrontar dos competiciones, por muchas rotaciones que hiciera el madrileño, era casi una misión suicida.

Pero que decir adiós a la Copa sea un mal ‘menor’, no significa que lo sucedido ante el Eibar deba ser pasado por alto. Llueve sobre mojado. Lo visto en Ipurúa bien pudo ser un ‘déjà vú’ del partido ante el Lugo apenas cuatro días atrás y debe ser tenido en cuenta, por aquello de que es mejor prevenir que curar.

Da la sensación que a la Deportiva le cuesta asimilar cualquier contratiempo que se salga del guión establecido, un ‘inmovilismo’ que ha pagado esta temporada al tratar de hincar el diente a rivales en inferioridad numérica o al recomponerse de goles psicológicos cuando el partido discurría por los derroteros que los de Manolo Díaz sienten como su zona de confort.

Y trabajar el ‘otro’ fútbol. Quizá sea la asignatura pendiente del madrileño, que ha creado un equipo que cuando se lo cree, despliega un juego atractivo y eficaz, pero al que como dirían los ‘pibes’, le hace falta ser más ‘canchero’. Porque no puede ser que mientras todo el Eibar se comía a Clos, solo Alan Baró, tras cruzarse todo el terreno de juego, acudiera al rescate de Berrocal.

Imposible no lamentar la eliminación, pero si sirve para crecer y corregir errores, bienvenida sea. Ya saben, del mal, lo menos.
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