Imagen Juan María García Campal

Del consuelo del arte

09/06/2021
 Actualizado a 09/06/2021
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Aun haya quienes lo piensen, no siempre paseé despacio: «con desesperante tendencia a la quietud», hay quien dice. No. Y si lo hago es por táctica ante el gran fracaso que tuve andando lo más deprisa posible con el sano objetivo de dejarme atrás a mí mismo. Aún así, temo que me acerco a otro malogro, pues tampoco veo que mi más molesto yo me adelante y se distancie. También por esto, a veces, me paro a observar bellezas o cosas que despierten mi interés, incluso, como me pasa ante varias artes, costándome entender la expresión o comunicación deseada por el autor y, recreándolas, las interpreto buscando una mínima emoción o un mínimo consuelo a esta negra ficción que es la realidad.

Por esto me gusta que, ¡por fin!, se haya colocado algo digno de detenimiento, observación y recreación en la sobresaturada calle Ordoño II sobrada de pétreos bancos «fríe o hiela nalgas» sin espaldar y de esa especie de regia necrópolis con excluyente código QR (cómo se pone el mando en plaza cuando le da por el nacionalismo del viejo reino o, en puridad, necesita y teme al leonesismo para su «mantenella y no enmendalla»).

Sí, me gustan las esculturas que, en mi opinión, embellecen la calle en cuya ‘horterización’ tanto se han esmerando.

Zarandeado por cosas del vivir que ni cuento son ni a cuento vienen, noctámbulo las descubrí paseando mis cavilaciones. Así me topé con ‘el buga’ vacío y quieto (Coche de carreras nº 19) obra de Carlos A. Cuenllas, ofreciéndome, sin querer, toda su potencia de quietud y reflexión acerca de la propia velocidad y el propio detenimiento. Y así, ya tocado: cómo no sentirme requerido a sujetar los caballos del desespero ante el férrico Pegaso (Gárgola que mira al norte) de Juan Carlos Uriarte; cómo no reparar sobre las propias crecientes carcomas ante los zaheridos árboles de los ‘Bosques de buena esperanza’ de José Antonio Santocildes. Cómo no ser niño ante ‘Saltando el burro’, de Javier Robles, y cómo no sentirante ella que la vida nos va doblando y saltando contra sueño y voluntad.

Y, ¡ah!, cómo ante el ‘Ladrón de perlas III’, ‘el sireno’ por más que tritón sea, de Amancio González Andrés, no ver yo al partido «Trosko Amigo de lo mejor del alma,/ que desde tierra de mar de mares/ y desde tierra de mares de cereal,/ siempre regaló palabras de humanidad/ cual ‘pequeño tratado de las grandes virtudes’».

Lo dijo Vincent van Gogh: «el arte es para consolar a aquellos que están rotos –o heridos– por la vida». Y yo así lo viví con mis reacciones sentimentales e interpretaciones subjetivas.
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